REFLEXIÓN
A los que nos gusta escribir, a veces nos deprimimos, pues al ser observador de la vida para pasar estas experiencias al papel, nos damos cuenta de la ingratitud humana.
Por mi profesión me ha tocado ver casos muy tristes.
Una familia muy católica, incluso con una hija monja. El padre muere, y los hijos ocupados en sus quehaceres ven con estorbo a su madre para cuidarla. Se aprovechan de la religiosa para que sea admitida a un asilo de ancianos que maneja la iglesia. Claro, tienen que pagar una cuota, que no es mucha. Entre los hermanos hipócritamente dicen que ahí está mejor atendida.
Otro caso, este de una familia rica, muere el padre, y la madre por amor les reparte toda la herencia a sus hijos. Gran error. Pasa su vida en un asilo para ancianos. Los hijos (incluyendo dos hijas) no la visitan por sus ocupaciones. No tienen tiempo. Yo la atendí (Instituto Mexicano del Seguro Social) hasta extenderle el certificado de defunción. Gran alivio de los hijos.
Los padres procuran darles la mejor educación a sus hijos y nietos. Pero, muchos jóvenes no le perdonan el éxito que ha tenido el padre, pero eso sí, le piden, siempre, ayuda económica.
Les diré algo curioso, a lo mejor, el hijo menos cariñoso (en apariencia) es el que ve por los padres. Los otros, incluyendo a las hijas y nietas, creen que es un deber de los padres costearlos sus necesidades: las colegiaturas, completarles el gasto, etcétera.
En el fondo. Ellos tienen un resquemor y sensación de injusticia con la vida:” ¿por qué el padre o la madre han tenido éxito en el aspecto económico y ellos no?” No se ponen a pensar que cada quién es responsable de su propio destino y si les va mal, ellos son responsables.
Sé que muchos de ustedes tienen la misma situación, y no saben qué hacer. Les diré con honradez: “Yo tampoco”.
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