La mayoría de nosotros somos testigos y conocemos a través de los años el amor inagotable entre la luna y el sol, esa fidelidad que ha ido aumentando aunque languidecen por siglos soñando concretar sus más deliciosas ilusiones. Ella ha salido infinidad de veces más temprano para coincidir el ansiado encuentro, mientras que él desaparecía por el horizonte con nostálgica expresión. Nunca se han dado por vencidos, se aman de verdad, atesoran esos pequeños instantes que a lo lejos sus miradas se acarician, esos minutos les dan la energía necesaria para amarse con más frenesí.
Amaneceres de radiantes promesas que llegado el momento se cumplirán, él sueña con abrir sus rayos y cobijarla aunque más no sea unos segundos, tantos han sido los anocheceres que la ha visto lagrimear entre hondos suspiros, las estrellas que pueblan el universo se iluminan para darle un reconfortante consuelo.
La mañana del domingo en el cielo el sol la esperaba emocionado, había llegado el momento tan añorado, ella tímida rodo lentamente hasta su pecho, extasiada por su calor, perdidos en las sensaciones que el estar juntos provocaba en su corazones, no les intereso los millones de curiosos que miraban el fascinante evento, el con renuncia la fue soltando muy despacio mientras que un anillo de fuego los rodeaba, sellaban el maravilloso instante en que sus cuerpos se acoplaron, el cielo perpetuo el inolvidable acontecimiento.
CAL.COR