A nosotros los aprendices de poetas.

Alzo la mirada
y el brillo del cielo
se quiebra en mi frente.
Cierro los ojos
y el frío mojado de la lluvia reciente,
bajo la dureza de mis pies
se clava dolorosamente
con olor a naciente sepulcro.


Los sueños huyen. Se pierden.
Ruedan en una avalancha
grotesca de sensaciones.
Tangibles percepciones.
Sedaciones del pensamiento.


Dolor que no llega al alma.
Quejidos inútiles de la carne.
El frío que punza insistentemente
sobre estos huesos
que se resisten al silencio.


Y aquí permanecemos:
hermanos de letras.
Parados sobre nuestros pies.
Descalzas plantas sin frutos
que hunden firme sus raíces
en la tierra, en el dolor,
en la sordera del mundo.


Entonces apretamos fuerte los brazos
como cristos arrepentidos
nos sujetamos al madero
para no caer,
para clavar firme nuestras almas.
y dejar eternas inscripciones talladas.


Y es allí, durante esos gritos ahogados
que lanzamos emociones al tiempo,
como imágenes en espejos rotos.
Y si tenemos algo de suerte
en algún lugar remoto
existirá quien pueda unir los trozos
para verse bellamente reflejado.


O quizás en este mismo lugar eternizado,
después de una lluvia cualquiera,
entre palabras y versos,
en otra mañana lejana
de lejanos tiempos,
las hojas crujirán con otras pisadas,
que saltarán a gusto en el encanto
de escuchar un canto antiguo.
Nuestro propio canto ahogado.