Una tarde, en uno de los barrios marginales del pueblo, una madre lavaba tranquilamente la ropa a su único hijo amado, su casa era humilde, de adobes, techo de teja, y piso de tierra, no habían adornos, tan solo la primitiva sencillez de lo elemental: dos catres, una mesa, dos banquetas, y un fogón. Algunos hombres irrumpieron de pronto en su casa y le dijeron:
- Tu hijo no pasa de un asesino. ¡Él acaba de matar a alguien¡
La madre no creyó en lo que hubo oído y siguió su labor. Pero otro hombre llegó poco después y confirmó:
-Si¡ Si¡ Él es un asesino.
La madre, sin embargo, continuó tranquilamente.
-No – dijo ella, prosiguiendo en el trabajo –no; Confío en mi hijo.
Se verificó, más tarde, que las noticias eran falsas.
Cuando la fe verdadera entre padres e hijos, marido y mujer, discípulos y maestros no existe…. Sobrevienen el mal, pero la verdadera confianza no se expone, no se cuenta, no se certifica, no se muestra. |