Mi marido arrastrado por el perro se internó entre la maleza, yo les seguì, nuestro perro cada vez más  
nervioso comenzó a gruñir y a tirar como un poseso, la imagen de mi marido era la de un “surfero” haciendo  ski acuático, alcanzaron un velocidad que me hacía imposible seguirles, decidí ir a mi paso sin hacer ningún esfuerzo, pensé ¡¡ya volverán!!, me senté en una piedra al borde del camino y esperé...pasaron quince minutos y  comencé a impacientarme, decidí seguir la ruta por la que ellos habían desaparecido y a medida que avanzaba pude vislumbrar en  la lejanía a mi marido agachado y a nuestro perro atado a un árbol a poca distancia, curiosamente el perro estaba tranquilo, no emitía ningún sonido, parecía una estatua, estaba muy intrigado por lo que estaba ocurriendo a los pies de mi esposo, pues no apartaba los ojos de la escena que se estaba desarrollando ante él. 
 
Cuando llegué a su altura me quedé horrorizada, un perro grande y negro, escuálido (el perro que casi me 
ataca un mes antes) yacía tumbado sobre la hierba sin aparentes signos vitales, mi marido lo acariciaba y el 
animal  permanecía inmóvil, mi esposo me miró y dijo en un susurro, como si temiese que el perro pudiese 
escucharle,  vive, pero no sé por cuánto tiempo. 
 
Desesperada llamé a la protectora de animales, pero no obtuve ninguna respuesta (estábamos en cuarentena), 
me  devané  los sesos intentando buscar opciones de auxilio, es increíble la velocidad del pensamiento ante una  
situación de stress, me acordé de Belén  la hija de unos amigos que tiene una clínica veterinaria (cerrada hasta  
que el gobierno permita su reapertura). 
 
En ese momento lo que menos me importaba era saltarme  las normas de confinamiento, miré el reloj,  la hora 
de paseo  prescrita  estaba a punto de expirar, llamé a Belén que con infinita paciencia logró descifrar el borbotón 
de atropelladas palabras que llegaban a sus oídos, me pidió la ubicación (ella dada su profesión, podía moverse  
sin restricciones), salí de la espesura del bosque y me dirigí a la carretera para esperarla. 
 
Veinte minutos más tarde vi acercarse la furgoneta de Belén, bajó del vehículo pertrechada con su maletín, 
de la parte trasera extrajo una camilla que le ayudè a transportar hasta el lugar donde se encontraba el  
perro moribundo. 
 
Contuvimos la respiración mientras la veterinaria examinaba al perro, vimos como  lo auscultaba, le 
inspeccionaba  ojos y boca, lo inyectaba...de pronto nos miró y sin mediar palabra señaló  la camilla que le  
acercamos, ayudamos  a acomodar al inerte animal sobre ella y a transportarlo  hasta la furgoneta, una vez 
instalado, nos dijo:  
 
_Me lo llevo a la clínica, pero no creo que pase de esta  
  noche. 
 
Insistimos en acompañarla pero se negó tajantemente, su novio también veterinario, la estaba esperando. 
 
Compungidos y cabizbajos nos dirigimos a nuestro vehículo pero... antes de llegar, nos dimos cuenta  que habíamos dejado a nuestro perro atado a un árbol, volvimos a toda velocidad en su busca temiendo que  
estuviera angustiado por sentirse “abandonado”, pero nada más lejos de la realidad, nos esperaba tumbado sobre la hierba contemplando plácidamente el paisaje. 
 
CONTINUARÁ 
 
A ver Orellana, presente de indicativo del verbo llevar: 
primera persona del singular, YO LLEVO. 
y ya, tu sigue con tus puntos, comas, comillas, guiòn bajo, alto e intermedio y  para finalizar puntos suspensivos, pero ¡¡aprende a leer!!. 
Los acentos los dejo para otra lección. 
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