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Historia inspirada en un hecho real.
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El ruido insistente hacía eco en mi cabeza y no permitía que pudiera conciliar el sueño, el que tanto me había costado recuperar en esos últimos 7 días.
El potente ring resonaba una y otra vez hasta que definitivamente crucé el portal de lo irreal hacia mi presente.
Abrí los ojos.
El teléfono de la sala continuaba en lo suyo.
¿Acaso nadie podía contestar?
Sí, en ese momento ya había captado la atención de alguien… la mía.
Vi la hora, las 03h05 am
Recorrí el pasillo de mi dormitorio, me alumbré con la luz del celular, crucé sin zapatos frente a la puerta de la habitación de mis padres para no despertarlos, irónico porque al parecer todos yacían profundamente dormidos, pues el ruido del teléfono parecía ser solo para mí.
Bajé lentamente las escaleras hasta cruzar la salita y llegar a la bocina del teléfono.
—¿Aló? —susurré muy bajito sin el ánimo de levantar a nadie.
—Hola —dijo alguien del otro lado, con una voz muy áspera y aspirando muy fuerte.
—¿Quién habla? —hablé en tono normal.
Mis pies empezaron a congelarse, había más frío de lo normal en la sala. Una sombra frente a mí apareció y sentí que me tembló hasta el alma. Intuitivamente giré hacia mi espalda y para mi sorpresa, la cortina de una ventana abierta me saludaba.
Me quedé en blanco pensando, ¿por qué mamá habría dejado la ventana abierta? O acaso…
El teléfono, ¡lo había olvidado!
La respiración fuerte me devolvió de nuevo al presente.
—¿Dígame quién es? —intenté parecer molesta, pero en realidad el miedo era el que hablaba y aquella sombra seguía ante mí—. ¡Es la cortina! ¡es la cortina! —me recordé a mí misma —. ¡Voy a cortar esta llamada! —volví a gritar más para mí que para el tipo del otro lado.
—Gracias por contestarme, bonita —dijo de pronto muy calmado—. Le dije a Guillermo que llamaría a esta hora.
—¿Guillermo? —indagué rápidamente—. Señor, usted está equivocado, aquí no vive ningún Guillermo.
—¿Desde cuándo Guillermo no quiere hablar conmigo? —tosió mientras volvía a aspirar fuertemente, creo que fumaba en ese momento—. ¿Eres su hija Diana?
—No soy Diana y voy a cortar la llamada, no es hora adecuada para llamar señor.
—Es el 452393 al que estoy llamando, ¿verdad? —preguntó volviendo a calar nuevamente de su cigarro.
—No señor, es el 452893.
—Discúlpame pequeña dama, tienes toda la razón —habló y alcancé a oír una sonrisa muy bajita—. Es toda mi culpa, pero Guillermo también tiene una hija de… ¿10 años?
—Tengo 12 señor —respondí inmediatamente, es más no sé ni por qué seguía hablando con ese tipo.
—Si claro, si claro, 2 años son mucha diferencia. Aún recuerdo al pequeño Guillermo de 12 años.
—Señor, tengo sueño y mañana hay escuela —le dije alejándome de la bocina.
—¡Espera! —gritó—. Perdón si te he asustado, por un momento me devolviste la esperanza, al menos por esta noche…Hoy no lo haré.
—¿Hacer qué? —volví a escuchar por la bocina
—Hoy no me mataré
—¿Y por qué se va a matar? —no sabía qué más preguntar o si cortar la llamada de una vez por todas.
—¿Crees que no soy capaz?
—Si se mata no podrá hablar con Guillermo.
—Qué más da, él ya no me quiere.
—¿Y la hija de Guillermo?
Suspiró fuertemente
—No debería fumar señor.
—¿Señor? —río a todo pulmón.
—¿Por qué crees que soy un señor?
—Tiene la voz de un señor y aspira un cigarro. Los hombres fuman.
—Soy una mujer, muy grande, por cierto —de pronto su voz se tornó algo suave y me confundí.
—¿Y por qué fuma?
—No estoy fumando, estoy aspirando desde el agujero de la pistola que tengo en mi boca —escuchó el profundo susto desde mi corazón—. No te asustes, ya te dije que hoy no lo haré. Gracias a ti y gracias a que marqué mal la llamada.
—Señora… ¡espere! —supliqué para mí misma.
Silencio total, oía su respiración todavía.
—Ve a la cama pequeña, es demasiado tarde —invadió de pronto desde mis pensamientos, mientras trataba de imaginar a aquella señora con una pistola en su boca y hablando por el teléfono.
—Pero no se muera señora por favor —supliqué con lágrimas en los ojos.
—Hoy no lo haré ya te dije
—¿Y mañana?
—Mañana ya no es hoy. Quizá vuelva a marcar a otro número hasta encontrar a Guillermo.
—Señora, ¿quiere que llame a mis padres para buscar a Guillermo?
—Ve a la cama
—¿Y si no contestaba? ¿Qué hubiera pasado?... ¿si no contestaba su llamada?
—Me hubiera disparado, simple. Algún día nadie contestará y habrá que hacerlo. Gracias —dijo esto y cortó.
—¿Aló? ¿Aló?
Jamás volví a saber de aquella señora extraña y hoy, después de 10 años creo que, hoy volví a ver esa sombra en mi ventana, la cortina hizo eco en mis recuerdos.
Desde ese día siempre contesto al primer llamado, no se sabe quién necesita de nosotros al otro lado, no se sabe si un desconocido es quien te llama.
Kahedi |