(Un homenaje al Dr. Frank Henríquez)
Por la fortuna de que mis abuelos paternos fueron compadres de los padres de Francis Henríquez, pude conocer un lugar paradisíaco. Era un niño de ocho cuándo su madre puso a mi alcance lo que creí era la 'cabezá' de nuestro Jaya. Pero para mi sorpresa y sólo a algunos metros de la casa confluían dos distintos Jayas: el Jaya Prieta y el Jaya Blanca. Y, así, irrespetando el género y la concordancia, eran llamados. Además, entre el acople de ambas fuentes pluviales y el hogar, se daba otra unión entre los ya unificados y el Punta de Palma.
Pero sin saberlo, Francisco y Yo, nacimos al cobijo del mismo susurro: él en su Naranjo Dulce, Yo al extremo del Rincón Bellaco. Y qué en su caso, eran tres ranchos que ascendían en dimensiones: la cocina, la casa en sí y el granero. Y tódo al borde de un trillo que al cruzarlo, nos ponía dentro de un Jaya robustecido, que al otro lado escarbaba la base de un promontorio impresionante. Pero, por mi parte, había vísto al mundo desde un bohío, situado en medio de un conuco entregado a 'medias' a mis bisabuelos, pero que también orillaba al mismo lejano río de Francisco.
Dónde pudimos comprobar que el cáuce y su curso zígzagueante, ponían cada mañana a prueba la dureza de nuestros pies y el equilíbrio corpóreo al caminar entre el puesto de carne y la casa. Pórque allá en su campo y aquí en mi pueblo, el Jaya fue camino, nuestra ducha, labandería, piscina, tinaja, alimento y susurro para concitar el sueño.
|