UNA AVENTURA PELIGROSA II
Una vez en casa, tuve que soportar estoicamente “el mitin” que me soltó mi marido sin anestesia previa, comenzó en un tono sospechosamente “dulce” y fue in crescendo, pasó por adjudicarme diferentes apelativos cariñosos, desde inconsciente a irresponsable, haciendo “escala” en imprudente (aquí se detuvo más de la cuenta, para mi gusto) , yo le escuchaba con aparente atención, (sinceramente, non le hice ni caso) mientras maquinaba, en cómo podría ayudar al cánido.
Cuando me quedé a solas, busqué el teléfono de la protectora de animales y les llamé.
-Buenas tardes, quiero comunicar el encuentro que he tenido en los montes de Canido (parece una broma, pero el lugar se llama así) con un perro aparentemente abandonado, no llevaba collar.
La señorita que amablemente me atendió preguntó:
- ¿De qué raza es el perro?- Respondí -Ni idea, es un perro grande-
- ¿Color?- -Negro-,
- ¿Daba muestras de sufrir alguna enfermedad?,- nuevamente respondí -No sabría decirle...el animal mostraba una actitud agresiva, pero supongo que se debía a que estaba muy asustado-
Siguió haciéndome preguntas a las que contesté como buenamente pude, finalmente le dí la ubicación aproximada de donde se encontraba el perro y ella se comprometió a que su organización saldría a buscar al animal y hacerse cargo de él.
Me quedé mucho más tranquila, los acontecimientos que sobrevinieron al día siguiente (el gobierno decretó estado de Alerta con dos meses de confinamiento) hicieron que me olvidase completamente del perro.
Pasamos treinta días prácticamente entre cuatro paredes, solo se nos permitía salir para hacer compras en los únicos establecimientos abiertos, farmacias y tiendas de alimentación, en las franjas horarias por sectores de edad decretadas.
Transcurrido ese tiempo ya se nos permitió salir a dar un paseo una hora al día y ocupar el vehículo dos personas (convivientes). Una tarde convencí a mi marido para salir con el perro al monte de Canido (muy próximo a nuestra casa) una hora era suficiente para que el perro corriera libremente durante treinta minutos y regresar.
Aparcamos el vehículo y sacamos al perro del maletero que una vez se sintió libre comenzó a olisquear y a trotar como un cervatillo se le veía contento no dejaba de mover el rabo, los tres nos sentíamos felices, era tan agradable recuperar la naturaleza que habíamos tenido que abandonar por "imposición" de un virus. Llevamos diez minutos de paseo cuando sin previo aviso, el perro comenzó a correr como un poseso, haciendo caso omiso de nuestros gritos, tuvimos que esprintar para alcanzarlo, de pronto se paró y nuevamente comenzó a olisquear introduciéndose entre la maleza.
CONTINUARÁ.
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