Al salir, después de unos cuantos días, miré al cielo e inspiré. Las estrellas me marcaban el camino, mis pasos se iban acelerando buscando el ritmo adecuado. El aire tenía un sabor raro, casi indescriptible, cómo si el virus estuviera en él. Se lo notaba denso, pesado. Mi corazón se esforzaba el triple por oxigenar mi cuerpo, mis venas se inflaban como un globo aerostático. El dolor de cabeza, lentamente crecía y cada kilómetro recorrido, eran como 10. Cada bocanada de aire estaba acompañada por el último suspiro. No importaba la cantidad de gente, todos sentíamos lo mismo.
El aire mutó como lo hacen los virus y como si miráramos el sol con anteojos de Sol, hoy el respirar es diferente.