Si me hubieran dicho que el año 2020 terminaría el mundo como lo conocíamos, no hubiera creído. Hubiera pensado en los tantos “fines del mundo” que sobreviví, dos por año haciendo cuentas, y tal vez hubiera dedicado mi tiempo a algo más importante o a terminar los tantos pendientes que tenía en ese momento.
Llegó el año 2020 y aquí nos vemos replanteando nuestra vida; cambiando de hábitos, ordenado nuestros desórdenes y prioridades, limpiando nuestras casas y nuestras vidas, recordando momentos que se sienten tan lejanos, extrañando a tantas personas. Nos obligaron a tomar unas largas vacaciones que lejos de llevarnos de viaje nos sujetan a nuestros rincones.
“Después de la tormenta viene la calma”, dice la frase. El huracán que nos confinó al hogar sigue su paso sacando lo mejor y lo peor del ser humano, mientras tanto, en el encierro ¿qué debemos hacer? Tal vez es una llamada de nuestro Ser Interno que dejamos al abandono por seguir el ritmo acelerado de nuestra sociedad. Olvidamos que somos seres de luz y nos empezamos a apagar.
Mientras esa cosa invisible nos obliga a aislarnos, a encerrarnos y alejarnos del mundo busquemos la manera de volver a brillar. No es una tarea sencilla, pero elevar nuestra vibración es posible; dejemos el miedo, la rabia, el orgullo, la soberbia, el dolor, la desesperanza y dejemos que nuestra luz se encienda.
Dejemos que la esperanza nos inunde y se haga contagiosa, demostremos que el amor es más fuerte que todo lo malo que nos rodea, empecemos a construir desde nuestros corazones espacios donde la compasión y la generosidad se hagan evidentes, desde una sonrisa hasta un acto de solidaridad con los que lo necesitan. Solo la luz vence a la oscuridad y en este momento es necesario resplandecer y enseñar a todos a hacerlo.
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