Este cuento fue inspirado a partir de una imagen presentada en "Haceme el cuento ll"
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Aquel día había llegado muy tarde a su casa. La fatiga y la tensión se adivinaban en sus profundas ojeras y esa noche no quiso cenar. Sabía que si lo hacía, de nuevo se presentarían aquellas pesadillas torturadoras, y quería dar un corte definitivo a todo eso. Ya no tenía motivos para exaltarse al menor ruido, o al menor presentimiento. Era libre.
Se aflojó la corbata liberándose de la opresión que lo martirizaba, y se tiró en el sillón. Poco a poco se calmó, y decidió que una nueva vida comenzaría esa noche para él. Una buena copa de vino completaría su sesión de relax.
Lo esperaban sus libros, a los que desde hacía un tiempo les debía un buen vistazo. Nada le impedía sumergirse en sus páginas y olvidarse del mundo, del juicio, de Carmen...
Su abogado lo había preparado muy bien y esa tarde, durante el juicio, siguiendo sus instrucciones, había demostrado su inocencia. Después de reiteradas interrogaciones pudo salir airoso de la acusación de haber intentado asesinar a su esposa y, aunque muchos conocían el abismo que existía entre ella y él, no hubo pruebas que demostraran quién había dejado prácticamente sin frenos la Coupé Fuego GTA MAX, último modelo, que ella piloteaba la noche del accidente.
Cuando lo fueron a buscar intuyó el desenlace. Sabía que a su esposa le encantaba acelerar a fondo haciendo rugir el motor, mientras el viento alborotaba sus espléndidos cabellos rubios. También sabía que lo engañaba.
Ahora meditaba sobre aquellos imprevistos trances que le tocó vivir y, aunque sabía que nunca podría olvidar lo angustiante que fue para él tomar esa decisión, y la pesadumbre que le provocó, una vez realizado, ese acto premeditado, era hora de borrar de su mente el tormento de la culpa y del arrepentimiento: una nueva vida comenzaba para él. Mañana mismo iniciaría los trámites para cobrar el jugoso seguro que había dejado su esposa, y la sucesión de sus cuantiosos bienes, heredados de sus padres.
Se sirvió otra copa, y luego otra, y otra. Casi no había podido hojear más que las primeras páginas del libro que había elegido para esa velada, cuando algo lo sobresaltó, y le hizo erizar el vello de toda su piel: el inconfundible ruido de la coupé de su esposa que había estacionado justo enfrente de su casa.
El ruido de las llaves al hacer girar la cerradura lo hicieron convulsionar. En medio del aturdimiento y del terror, tuvo tiempo de escuchar los conocidos pasos de Carmen, antes de desplomarse.
Lo encontraron al otro día, sin vida, en medio de una confusión de copas y de libros en desorden.
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