Samay, si la felicidad adelgazara
tendría la pena de tu ombligo
en el ayuno de sollozos interminables.
Es que a ti se te da por llorar los meses de junio
sin saber por qué, es que así es la nostalgia –dices
y te levantas un lunes como sin nada
con un motivo más para querer al mundo
porque las risas y los llantos
tienen el mismo giro gravitacional que atrae la luna a la tierra.
Me dijiste que si la felicidad tuviera sabor
tendría el sabor de las Chirimoyas que crecen en los valles andinos
y te acordaste de los campesinos
pensaste que si el estado fuera justo
sus frutos serían aún más dulces.
Y sonreíste como si esos átomos de tu felicidad
tendría más protones, como si toda esa positividad
elimine de una vez la negatividad de todo lo vivido
como ocurre cuando se alcanza el quinto estado de la materia.
Samay, si la felicidad tuviera tu nombre en la nota “do” en una partidura
el agudo del violín sería más azul
como cuando los delfines reclaman sus océanos.
Si la felicidad fuera tú y a veces yo
Adán y Eva le reclamarían a Dios nuestra manera de vivir
es que ellos no toleraran que exista otra forma de entender el paraíso.
Si la felicidad sería ese gran bloque de hielo que nada al sur
jamás sería la sequía que amenaza nuestros días.