Tarculán fue el cruce providencial entre una zapatilla rota y un tarro de conservas. La genética, que también rige en tan descabelladas concepciones, permitió la materialización de un ente que poseía la fisonomía vaga de esa zapatilla, salvo que de sus ojetillos se asomaban fieros dientes metálicos y su suela, heredando la superficie rugosa propia de ese implemento, no era de goma sino de lata, en la cual se leía en pequeños caracteres: fecha de vencimiento 24/11/21. Y como este singular parto, por nombrarlo de alguna forma, se produjo en una tarde amenazante de abril en un basural que crecía día a día en una comuna de escasos recursos, el neonato Tarculán se vio rodeado de especies tan estrambóticas como lo era él mismo. Aquí es conveniente dejar en claro que existe una ecuación que se resuelve sola y consiste en que un ser distinto lo es en inversa proporción a la probabilidad de encontrar a otro cómo él. Por supuesto que es una perogrullada, pero mientras enuncio esto, Tarculán comenzó a desplazarse a saltitos por el entorno. Allí conoció a una calculadora-botella, que sumaba y multiplicaba los trozos que le faltaban a ese envase de licor y a cada campanilleó de su mecanismo, la botella, unida de manera curiosísima a esa artificio metálico, parecía pegar un brinco. Nuestra zapatilla también hizo buenas migas con una revista-colchón, que se hojeaba a sí misma mientras el colchón se desprendía de pretéritos ronquidos, sopores ajenos que lo incomodaban, puesto que su naturaleza era estar despierto, pero las pesadillas ajenas y los fantasmales revolcones no le permitían ser él mismo. Tarculán simpatizó con esta pareja y hojeó para ellos la revista, unida al colchón en su portada. Era un hebdomadario de modas y allí aparecían las más rutilantes y delgadísimas modelos luciendo traslúcidas vestimentas. Desde las entrañas del colchón surgió un suspiro que sí era suyo. Siempre deseó ser un cojín, de esos pequeños que la gente coloca en sus respaldos para aliviar dolores o mejorar posturas. O tal vez una almohada, de esas delgadas y casi ingrávidas que sólo sirven de adorno y que se retiran al acostarse. Como era una situación que Tarculán no podía remediar, se despidió del nostálgico colchón y su compañera revista y brincando un buen trecho se topó con una lámpara-juguera. Este par se caracterizaba por su extraña relación, puesto que la lámpara, que carecía de su aparataje eléctrico, aún conservaba en su memoria el clip clap del encendido que con los cambios de iluminación se activaba y al suceder esto, la juguera hacía girar su mecanismo, girando también la lámpara que estaba adosada sobre ella. Lo curioso es que producto de esta unión surgían luminosas luciérnagas que se deshacían al tocar el suelo. Y Tarculán se quedó embobado contemplando este singular espectáculo. Situaciones de ese tipo ocurren a menudo en los basurales, pero los hombres los esquivan porque los relacionan con la pobreza. Si alguno tuviese la paciencia de contemplar lo que allí sucede, tal como lo hacía Tarculán, se quedaría maravillado y si aparece un tipo con siquiera una célula de Tesla en su cuerpo y descubre esto, es muy posible que los hombres tuviesen electricidad gratis para siempre.
Tarculán se echó varias luciérnagas dentro de su caña dorada y se despedía ya de sus amigos cuando apareció un jugador de basquetbol que reparó en él. El individuo era altísimo, como es obvio que así sea y había prestado sus servicios en el Ángeles Celestes de la MVA. En dicha institución fue campeón cinco veces hasta que un mal día en que conducía su lujoso automóvil hacia su hogar, fue chocado por un camión gigantesco. En dicho desgraciado accidente, el basquetbolista llamado Alan Pershui perdió una pierna y como era de suponer, fue desvinculado de su equipo.
Alan se quedó contemplando maravillado ese extraño engendro, tan similar a una zapatilla y a otra cosa que no pudo definir. Es necesario saber que el basquetbolista, ahora desahuciado, concurrió a centenares de lugares en busca de alguna solución. Le ofrecieron sofisticadas prótesis, pero él imaginaba que estaría anclado al piso con dicho artificio, siendo él un jugador que era capaz de alcanzar sin esfuerzo los tres metros y medio en un simple salto. Bueno, cuando contaba con sus dos piernas. Descartó todas las opciones hasta que se le ocurrió visitar a la bruja Aleana, una mujercilla pequeña que vivía en las afueras de la ciudad. Ella lo contempló con sus ojillos curiosos, expresó algo inenteligible y después pareció quedar en trance. Media hora después y mientras Alan tamborileaba sus dedos en la pierna sana, la mujer despertó, abrió tremendos ojos y le dijo con voz sentenciosa “No necesitarás otra pierna si encuentras una zapatilla híbrida”. Y nada más dijo, exigiéndole el pago de la consulta, consistente en diez tarros de duraznos en conserva.
Por lo narrado se explica la enorme sorpresa del deportista al toparse a boca de jarro con Tarculán. Abrió tamaños ojos y se encuclilló para estudiar con mayor precisión a esa extraña zapatilla con engastes de lata. Pero Tarculán saltó como un sapo y quiso alejarse.
El ex basquetbolista gritó:
-¡Nooo! ¡No huyas! ¡Deseo hacer un trato contigo!
La zapatilla, o Tarculán se detuvo y abriendo aún más un ojetillo con pestañas hirientes, preguntó “¿Qué deseas?”.
“Te necesito amiga. O amigo, tú verás. Como puedes ver, me falta una pierna.
Tarculán contempló embobado el espacio en que se dibujaba la no pierna.
“Qué propones?”
“Necesito que te coloques en el punto preciso en donde está la no pierna. ¡Por favor!”
Tarculán, receloso, se aproximó al lugar indicado y en ese preciso momento sintió que algo se aposentaba dentro suyo, era un pie imaginario que forcejeaba tratando de acomodarse lo mejor posible. Y cuando esto ocurrió, la zapatilla adquirió vida ajena- como le sucede a la mayoría de las zapatillas cuando cualquier hombre se las calza. En dicho prodigioso momento, Alan comenzó a correr y a realizar fintas esquivando piedras, cartones, ropa desgarrada y demás elementos comunes en un basural. El rostro del ex basquetbolista se desencajó de alegría, más aun cuando saltó de manera tan expléndida que su cabeza sintió el aleteo cercano de un gorrión que volaba precisamente por las inmediaciones para posarse en un naranjo calipso.
Tarculán comprendió que le aguardaba una existencia fascinante, por lo que se despidió a gritos del colchón- revista, de la juguera-lámpara y de la calculadora-botella, quienes le desearon un brillante futuro y que no se olvidara de ellos. Desde los ojetillos hirientes de la zapatilla surgieron un par de gotas que algunos podrían atribuir a la humedad y otros, los más románticos, a la nostalgia.
Alan recuperó su puesto en el equipo y sus actuaciones fueron cada vez más sobresalientes. Nadie comprendía como esa zapatilla extraña podría incidir en esta situación, pero los resultados eran más elocuentes que la extrañeza que aquello suscitara.
Pero, ocurrió algo que para todos los hinchas del club fue algo desafortunado. Mientras Alan entrenaba para el partido final del campeonato, de pronto, la zapatilla se detuvo y ya nada pudo moverla por más que el basquetbolista se esforzara en hacerlo. ¿Qué había ocurrido? Que el calendario indicaba el 24 de noviembre de 2021, el mismo día en que vencían los elementos de los cuales estaba constituida la famosa zapatilla. Y allí se quedó inmóvil y desgüañangada, mientras el rostro de Alan se desfiguraba por la desdicha. Era la oportunidad para lograr el título y justo en ese instante la zapatilla, o Tambulán, quedaba inservible.
Pensó en mil soluciones y en realidad no se le ocurría nada. Sin dicho calzado, estaba perdido y con ello la suerte del equipo, del cual él era el alma, el motor y el ejemplo.
Y cuando llegó el día del encuentro final, Alan se presentó cabizbajo delante de su entrenador para presentarle su renuncia. Del rostro del hombre resbalaban gruesas lágrimas porque amaba su club.
“Esto parece una brujería” masculló James, el DT.
“¡Brujería! ¡¡Eso es!” gritó Alan y agarrando a Tarculán, corrió a su automóvil y poniéndolo en marcha se dirigió a las afueras de la ciudad. Cuando llegó donde la bruja Aleana, le explicó la desgraciada situación en que se encontraba. La mujer achinó sus ojos, tomó la zapatilla con sus dos manos y la inspeccionó con detención. Luego, soltó una estruendosa carcajada, mientras Alan la contemplaba sorprendido.
“Esta zapatilla es un poco hija mía” expresó la vieja conservando el bosquejo de la risa en sus comisuras.
Sucede que el tarro que se había emparentado con la zapatilla provenía de las conservas que consumía la mujer. Y sin decir más, la mujer volteó al inconsciente Tarculán y leyó la fecha de vencimiento. Posó sus manos en dicha cifra y luego pareció sumirse en un sueño profundo. Alan le echó una mirada de reojo a su reloj. Faltaba una hora para el comienzo del encuentro. Quince minutos después, la mujer despertó y revisando la fecha, lanzó otra estridente carcajada que espantó a una araña que colgaba feliz de una lámpara.
“Aquí tiene, mi señor” dijo Aleana y estiró su mano para recibir su pago: treinta latas de durazno en conserva.
Alán salió despavorido después de agradecerle a la mujer. Tarculán ya había sido calzado por ese pie invisible y se sintió renovado. No por nada experimentaba esa nueva energía, ya que su fecha de vencimiento era INDEFINIDA, es decir, para siempre.
Faltando sólo cinco minutos para que se iniciara el encuentro, apareció Alan calzando su mágica zapatilla. Los gritos de alegría se replicaron en las graderías, sobre todo cuando se inició en encuentro y ya en la primera parte, Alan ya había convertido 20 puntos y colaborado para que sus compañeros hicieran otros tantos. Al final, los Ángeles Celestes se coronaron campeones una vez más y celebraron hasta altas horas de la madrugada dicho logro.
Y este cuento pasa por una zapatilla híbrida que no habrá otra para inspirar a nadie. Salvo que se busque en los basurales que por allí se puede encontrar lo más sorprendente. Y Tarculán lo sabe por experiencia propia.
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