En un vano intento por cruzar la densa foresta, muchos se habían internado en el bosque para no volver jamás. Los pocos que lograban regresar lo hacían con sus mentes extraviadas, contando terroríficas experiencias. Sam conocía de antemano la peligrosidad de aquel bosque, pero su alma aventurera, sumada a la confianza en su estado físico y mental, lo llevaron a tomar la decisión de emprender el viaje.
Se internó muy temprano en la espesura, provisto de una mochila y sus artículos de sobrevivencia, no obstante, a las pocas horas de avanzar, su brújula comenzó a girar con descontrol haciéndole perder el rumbo. Desconcertado y sin lograr visualizar el cielo a raíz de la espesa niebla buscó un lugar en el cual guarecerse. Descansó un rato, comió algo y reinició el avance; sin embargo, sintió que sólo se internaba más y más en un terreno desconocido y peligroso.
Al caer la noche, una extraña sensación de angustia comenzó a apoderarse de su mente. Se sentía observado por cientos de ojos ocultos tras cada sombra que lo rodeaba. Los árboles parecían erguirse y retorcer en dantescas formas. El terror creció aún más al escuchar atemorizantes sonidos que le llegaban de la profundidad misma del bosque; eran gemidos y lamentos sobrehumanos que clamaban por auxilio. Con la piel erizada y sus nervios a punto de estallar tropezó con un claro, en él se vislumbraba la silueta de una pequeña cabaña. Respiró aliviado y decidió acercarse, pensó que quizás podía pasar la noche ahí.
La cabaña se encontraba vacía, salvo por unas cajas de madera y una litera. Se sentó para sacarse las botas pero al alzar la vista se vio sorprendido tras advertir que las paredes de la cabaña estaban llenas de retratos colgados; estos eran oscuros, grotescamente detallados. Parecían observarle con rostros torcidos, en gesto de dolor y espanto. Aquello le hizo sentir muy incómodo.
Se giró hacia la pared, el cansancio le obligó a quedarse profundamente dormido.
Al despertar, se asombró ante la potente luz del sol. Descubrió horrorizado que la cabaña no tenía cuadros, sólo ventanas. De un salto se levantó para escapar del lugar. Corrió despavorido y descalzo, sin detenerse, totalmente ajeno al dolor y al sangrado de sus pies.
Sam gritó, rogó por ayuda, hasta perder su voz. El bosque guardó sus lamentos.
Desde entonces cada noche el rostro de Sam es un cuadro más que se confunde con otros rostros en la oscuridad de la cabaña, juntos se asoman a la espera de una nueva alma aventurera. Guardan la esperanza de ser rescatados del inescrutable laberinto del bosque de las sombras, al cual entraron para quedar irremediablemente atrapados.
M.D
Steve: Este es el texto que mencionas:
La Casa de los Espejos:
https://www.loscuentos.net/cuentos/link/551/551368/
|