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Por un momento aquello parecía un salón del Oeste-es decir, un saloon.
Empezaron los críos-es decir, los más jóvenes-con petardos por debajo la mesa. Y el caso es que, nadie sabe muy bien de qué manera, empezó todo el mundo a atizarse hostias, unos a otros, a diestro y siniestro y por doquier.
El mesonero, después de la refriega, no pudo menos que sospechar que aquélla no era más que una estratagema para irse sin pagar: como sucediera. Mesas rotas, sillas hechas un acordeón fue el balance final de aquella noche.
Una noche de las que no hacen afición. Al final medio sacó quién empezó la pirotecnia, pero sin pruebas concluyentes. Expulsión para los restos del local fue la sentencia. Pero, bien pensado, y ahí terminaban las pesquisas, si procedía de tal modo con los demás acababa con media clientela. Dilema peliagudo-se planteó. Tanto es así que fue a consultar con un profesional del Derecho-una especie de justiciero en aquel pueblo con saloon. Pero no había manera de aclarar de una forma definitiva quién había encendido el primer petardo: detonante(nunca mejor dicho)de lo acaecido. Tampoco se explicaba bien quién había atizado la primera hostia-detonante también. Ni tampoco quiénes habían pagado las consumiciones y quiénes no. Sumido en la indefensión se planteó-el mesonero-incluso la posibilidad de cerrar el bar. Pero la dificultad es la madre del ingenio y reabrió-con bastante éxito- el local, y con los aditamentos propios de un saloon del Oeste. Con una pianola y todo. Que sólo faltaban chicas bailando el can can-con esas piernacas inmensas enseñando braga. Eso sí, las consumiciones se pagaban a toca teja y antes de consumir. Para evitar males mayores, las sillas y las mesas eran de hierro. Si uno quería atentar contra el mobiliario, no era para andarse con chiquitas, que había que partir crismas en el empeño. Las puertas eran batientes, por supuesto. Y con mesas de póker dispuestas, tal como si nos encontráramos en el Far west. Y así le puso al bar-Far west. El whisky- que seguía siendo de garrafa-se servía en vasos de chupito. Y un gran espejo encima de la pared de la barra daba buena muestra de todo-sin darse la vuelta-lo que acaecía en el local. Contra todo pronóstico, sin embargo, no se volvió a repetir el fenómeno que había producido la reinauguración. Y eso que venían camorristas de toda la región. Ganas-de darse de hostias-había, pero podía un poco la vergüenza de ser el primero que propinara el golpe inicial. Se ve que no se daba la conjunción astral adecuada: la misma que había propiciado la de marras generacional. Y ello sin que faltaran razones, con aquel destilado que aunque no era whisky se cobraba por tal.

Texto agregado el 09-06-2020, y leído por 63 visitantes. (0 votos)


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