Sobrino, desde jovencito nunca he creído en algo sobrenatural, para mí la existencia es lo único real. Sin embargo, en el curso de mi vida he conocido el paraíso, el purgatorio y ahora que se acerca el final, el limbo.
Sabes, en mi feliz época de estudiante universitario, pobre, pero, inmortal con 50 o 60 años de vida por delante, con la curiosidad propia de la edad visitaba la 90 (una calle de Puebla, donde era la zona roja), ahí bebía cerveza barata y licor corriente. Tuve la dicha de conocer a Ivonne. Al principio fui su cliente, pero esta adorable criatura al darse cuenta de mi escaso peculio, por azares del destino, se enamoró de mí, ¡Imagínate!
Alegre, sin prejuicios, me enseñó el amor físico. Por una década, ella pecadora y yo prángana nos divertimos en la inconciencia del presente sin pensar el futuro. Un verdadero paraíso.

La sociedad es cruel, al recibirme, tuve un crecimiento social, me volví acaudalado, famoso, casado con una joven de buena familia, su padre muy rico e influyente, me ayudó a escalar profesionalmente. Mi familia modelo, con dos hijos, pero, mi preciosa mujer siempre con dolor de cabeza a la hora del himeneo.
Todo tiene su precio: pertenecer al club de leones, la misa del domingo, hasta diácono me volví, pertenecer a las buenas conciencias. Adiós al pecado, tenía que dar el ejemplo. Mis hijos de pequeños encantadores, pero al crecer viven su vida y a su tiempo abandonaron el nido. Aunque, cualquiera diría que era envidiable mi situación, yo, me sentía esclavo de las circunstancias, con el dolor del recuerdo de Ivonne. En fin: un purgatorio.

No me considero viejo, sólo con muchos inviernos acumulados, ya jubilado, mis contemporáneos, la mayoría, han marchado a la dimensión desconocida, yo, en el limbo, esperando el descanso en la nada.