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Al llegar a Tijuana, lo primero que me sorprendió fue que nos motejaran de gachupines. También que no era (como se publicitara) un lugar tan alegre.
El lugar más alegre del mundo-se anunciaba.
- Es que venimos de enterrar al Señor Armenta. Que esto de continuo es más de fiesta- me dijo una señora, a la que inquirí nada más salir del hotel en busca de movida.
En la foto del escaparate de la agencia de viajes en Madrid se veía un holgorio continuo, con mariachis y demás tópicos, entre los que no faltaban sombreros gigantescos y gentes debajo de ellos echándose la siesta.
Vamos; que pensaba que iba a encontrarme allí poco menos que a Pancho Villa. Y es que el cinematógrafo y la falta de cultura en general nos tiene estereotipados en grado sumo.
También me sorprendió que allí la gente trabajara. Entre el sepelio, y que no era fin de semana, me sirvió el viaje, menos para divertirme, para cualquier otra cosa.
Para culturizarme con toda aquella nueva nomenclatura y probar los frijoles y los tacos. También para saber que existe esencia de gachupin, pues todo el mundo lo advertía. Incluso antes de abrir la boca. Lo que me hizo reflexionar sobre nuestra unidad de destino en lo universal.
El caso es que cuando empezaba la diversión me tuve que marchar( exigencias del monetario).
Ahora, cada vez que paso por la agencia de viajes, veo que aún sigue en el escaparate aquel mundo de diversiones sin igual que Tijuana ofertaba. Cuando me preguntan, digo que genial, que es cierto: el lugar más alegre del mundo. Menos cuando entierran al Señor Armenta- digo para mis adentros, más que nada por no querer aguarles la fiesta.
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Texto agregado el 08-06-2020, y leído por 56
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