Nada hay más deseable que el ascenso al infinito, donde el ánimo ensombrece los límites y adelgaza la línea en todos sus parámetros; donde todas las capas, aún, se mantienen inertes. Infinitud requiere despojos, más que ansiedades, como un pozo seco desea el agua que escapa a otros recodos más abisales que él.

"¿ Y el agua?" En la tuya he visto un pozo seco, amamantando una sombra. Y no, no veo el final: hay un camino extraño que comienza cuando otros acaban y que no quiero recorrer porque astros enormes caen, en medio de ese pozo, extendiendo unas manos muertas. Parece un rompecabezas. Sus piezas son de papel amarillo, con símiles ambiguos, revolviéndose, entre manos que también están muertas.

"Dame una luz, esa que titila en la colina". A su lado, otra, gemela, guarda entre ambas un mundo abierto, un cometa extinto, que ha huido siempre de las piedras negras, esas que anuncian que sus manos, también, estarán muertas.

"Cambia de página, la maldita sombra". Tras ella, alguien utiliza los hilos que me aventajan, con su figura de marioneta blanca. Su dueño utiliza los pozos. Pozos que se secan a la sombra de los astros hasta que hacen brotar, engendrada entre las piedras, la poderosa imagen. Sé que las salamandras atisban, ingrávidas, desde la guarida del mar. Escaparon de los huecos, de sus mundos inmóviles de tiempo. Cayeron de sus ojos los velos del pasado, se quedaron ciegas.

"Dame esa otra luz". No sigas ignorando las dos cimas blancas de pétrea apariencia. Aún te esperan. Alcánzalas, mientras veas moverse agua en el pozo.