Son extrañas las desapariciones de los cuenteros. Muchos se alejan de esta página sin que quede rastro alguno, ni una brizna, ni un adios, ni siquiera una simple huella que otorgue pistas para satisfacer nuestra urgencia de conocer sus motivaciones o la carencia absoluta de ellas. Son sus letras las que se quedan huérfanas y alineadas como cruces en un camposanto. Las releemos imaginando que son sus tristes epitafios, palabras que todavía vibran en medio de la maleza que ha crecido salvaje sobre cada frase o es que el olvido tiene la perspicacia de tornarse en cosa física que tiende a ir borroneando los rostros antojadizos o imaginados de los ya son fugitivos hacia otros derroteros.
Quedan las huellas precarias de los que tuvieron la última lucidez, la desesperanza o la frustración postrera que los impulsó, arma imaginada en sus manos, salto al precipicio, o los desgarros del veneno lento, decisiones meditadas o el arrebato pleno que pulsó la tecla del suicidio virtual. Y ahora son espectros grises errantes, atrapados en otra dimensión creada por los milagros binarios. O resucitarán con otra identidad para contemplar sus propias exequias, los honores o el malvado silencio que se precipitará como un negro pendón sobre su tan humana vanidad.
Sabemos de los que han emigrado para siempre de esta existencia y que sólo son un anuncio esporádico, la cita vaga, voces aunadas en una plegaria incierta, un cadáver imaginado con rostro difuso que ya no trenzará más ese ramaje verbal que le confería identidad, será el anuncio investido con la debilidad de un mantra o como una oración que repetiremos sin demasiada convicción ni sentido. Serán los suyos los cadáveres reales de seres semivirtuales arropados en la sábana conmiserativa que desdibujará su acervo, su existencia misma, ya diluyéndose ellos al mismo ritmo de nuestra no confesada incredulidad.

Algún día también nos iremos disgregando por diferentes razones: por desencanto, por pereza o porque el hueso de nuestras ilusiones ya nos estorbará en el alma. O porque también nos desgranaremos de esta existencia como oscuras hojas de otoño y seremos también los cadáveres dudosos que anunciará alguna voz, quizás alguna huérfana plegaria, un simple adiós y el informal olvido para estos que seremos la combinación indesmentible de seres de carne y letras.