Llegó la hora de la verdad. Era el día en que se publicaban los promedios finales y se sabría quienes pasaban y quienes repetirían curso. Uno por uno los alumnos del quinto grado eran llamados para revisar su nota en la libreta del profesor. Juan y su amigo conversaban mientras esperaban oír su nombre.
-Qué nervios –dijo Juan a su compañero.
-No te preocupes, ya verás que pasaremos.
-Eso espero.
Seis era el número mágico que garantizaba estar en sexto grado. Algunos regresaban llorando, otros felices, otros aliviados y otros indiferentes. Llegó el turno de Juan.
-Ahí voy.
-Mucha suerte.
-Gracias.
Cuando Juan regresó tenía el rostro cubierto de lágrimas.
-¿Qué pasó?
-Reprobé –dijo Juan entre sollozos. Estaba impactado. Eso significaba que ya no serían compañeros en sexto grado. El solo pensar en que se separaría de su amigo el próximo año lo llenó de tristeza. Llegó su turno. Con todo el desánimo del mundo en su rostro se aproximó a donde estaba el profesor. Miró su nota. De repente su desánimo se disipó y lo inundó una gran alegría. Corrió hacia su amigo y lo abrazó.
-¿Qué pasó? –preguntó Juan confundido.
-¡Yo también reprobé Juan! ¡Seguiremos siendo compañeros el próximo año!