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Cuando abrí los ojos, no supe si había despertado o estaba viviendo aún en mi sueño. Me levanté y noté que no había seguido la misma rutina de siempre; me di cuenta de que no llevaba puesto el pijama sino la ropa del día anterior, aunque el cuarto estaba completamente a oscuras y me era imposible verme a mí mismo. Me dirigí a tomar un vaso con agua, estaba tan sediento que parecía como si hubiese acabado de hacer un trabajo tan pesado que me dejó exhausto. Lo extraño fue que tan solo probé el agua. Me senté en el único sillón que había en la habitación, me sentía agotado y cerré mis ojos. Mis pensamientos se perdían entre recuerdos pasados y temores presentes. Fue entonces que supe que estaba soñando, y sentí miedo, miedo de no despertar. El temor se apoderó de mí y abrí los ojos, pero en la penumbra de un cuarto vacío no se ve más que la soledad de siempre.
No estaba acostumbrado a mi habitación, esto era algo que siempre me ocurría. De hecho, no me acostumbraba a mis sueños tampoco; siempre que despertaba de uno, mi mente quedaba igual que mi cuarto, a oscuras. Caminé un poco hacia la ventana y me fue imposible ver algo, salvo la espesa niebla separada de mí por un muro invisible. De repente, sentí un frio tan intenso que me heló hasta los huesos; fue entonces que noté que la ventana había estado abierta no sé cuánto tiempo. Traté de cerrarla pero no pude. En el intento, mi cuerpo casi queda suspendido en la niebla para caer, tuve que aferrarme con todas mis fuerzas al marco de la ventana para no ceder, aunque sentía el peso de la niebla sobre mi cuerpo que me empujaba con sus manos hacia ese vacío oscuro y desconocido para mí. Y pude divisar, más allá de la niebla, el cuerpo de una persona; parecía muerto, pero me era imposible verle su rostro desde donde me encontraba. Lo que pude percibir fue la ropa que llevaba, camisa blanca, probablemente de seda, y pantalones de tela oscuros, azules o negros; pero estaba descalzo, y una línea roja, tan delgada como una hebra de hilo, corría cuesta abajo desde la parte superior de su cuerpo. De repente, hice un último esfuerzo y logré mantenerme en equilibrio. Ya la niebla no me empujaba, ya mis pies tocaron tierra y comprendí que estuve a punto de caer y que el destino casi me jugaba una mala pasada. Pero cuando mis pies tocaron el suelo, sentí que me quemaban y pude verlos, estaban desnudos. Pensé entonces que esos pies ya los había visto antes; tal vez en otro sueño, pero el viento fuerte que sopló e hizo que la ventana cediera por un momento ocasionando un aullido silencioso, me apartó de mis pensamientos. Y solo entonces, miré mi reflejo en la transparencia eterna de aquella ventana; y vi mis manos ensangrentadas, retrocedí y me aparté hasta llegar al centro del cuarto. No podía creer lo que mis ojos veían. Un cuerpo yacía inerte sobre la cama, era el mío. Mi rostro tenía la expresión de quien duerme sin el menor temor de despertar de una pesadilla, me era imposible creer que era yo.
Siempre he tenido sueños, diferentes a los de los otros; sueños que me permiten creer que habito en dos mundos paralelos, como si viviera dos vidas, una real y otra en el sueño. Ya no sé si lo que escribo es real o no. La muerte me envuelve y me hace penetrar a un mundo fantasioso cuando cierro los ojos. Y cada sueño que tengo, empieza exactamente donde termina el anterior.
Hoy que desperté, no sé si del sueño, no quiero averiguar cómo va a terminar el día, no estoy dispuesto a hacerlo. No quiero saber quién yace muerto sobre esa cama. Si soy yo en el sueño, o soy yo en mi vida real. Mi mente deja de correr por un momento y se detiene, ya no piensa. El miedo ha desaparecido. Mi mirada se posa sobre esa ventana que ha estado abierta no sé por cuánto tiempo. Me levanto y puedo verme vestido, llevo una camisa de seda blanca y unos pantalones azul oscuro que fácilmente puede confundirse con el negro. Y mis pies desnudos. Levanto la mirada, y puedo ver que la espesa niebla continua ahí, esperando por mí. Entonces camino hacia ella y decido ir a su encuentro. Cuando la miro y veo que me espera con los brazos abiertos, no me resisto, porque sé que ella soy yo, la niebla. Yo soy la niebla que me empuja hacia ese túnel vacío y oscuro de la muerte…

Texto agregado el 07-06-2020, y leído por 51 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
08-06-2020 Aterrador, muy bueno. Aeryn
07-06-2020 tétrico viaje a un lugar que nos espera a todos. Saludos, sheisan
 
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