Las personas normalmente nos dicen que las oportunidades se nos presentan una vez en la vida, y que debemos aprovecharlas, pues solo podemos vivir una vida.
Pero qué pasaría si puedes vivir más vidas, o aprovechar todas las alternativas posibles, o al menos las que tu quisieras, quizá no nos quedaríamos con la intriga saber que habría sucedido si...
Era la tarde de un sábado de 2011 y mientras el día se extinguía, Carlos caminaba pensativo. Algo le había hecho meditar en su diario vivir. ¿Valía la pena? Mientras cruzaba las calles, el cavilaba en la decisión que había tomado. Había resuelto huir de su vida normal. Dejar su hogar, su familia, sus amigos. Dejar su corazón, o lo que quedaba de él. Todo por una resolución de viajar a otro país. Lejos de todo. Algo intrigantemente nuevo. Algo de lo que, según él, no se arrepentiría.
Aquella noche se la pasó empacando cinco mudadas de ropa en una mochila y trescientos dólares en la billetera, lo necesario para aquel viaje sin retorno.
Salió de madrugada a la terminal de buses con destino a aquel lugar lejano. No le interesó avisar a su familia, ¿y que importaba para él? Sin duda nada en ese momento. Solo huir y dejar que la vida en un futuro le dé la razón, o quizá no. Sentado al lado de la ventana de aquel bus miraba como la ciudad continuaba con su rutina, rutina de la que se estaba despidiendo. Soñaba con las cosas que le deparaban. Con olvidar su vida pasada. Con comenzar de nuevo.
Carlos había salido hacia esa calle tan vacía como su ser, aquella tarde de sábado. Caminaba y soñaba con que al fin podría irse, dejarlo todo por primera y última vez, ya no más rostros conocidos, no más trabajo aburrido, no más romances sin ser correspondido. Quizá al viajar habría mucho por ganar, y tal vez poco que perder… Entonces sus pensamientos le llevaron a meditar en su familia, en sus amigos, en sus estudios, en la vida cómoda que llevaba. ¿Realmente era capaz de dejar todo ello? ¿Debía rendirse y dejarse llevar por algo que parecía idílico?
Llegó pensativo a su casa, al parecer la decisión no estaba tomada, quizá se quedaría a continuar con sus planes, quizá se quedaría a continuar con su vida, quizá la vida algún día le sonreiría. No le contó nada a nadie, no habría porque, no parecía importante, solo se quedó ese deseo reprimido dentro de su garganta.
Desde la noche hasta el día siguiente él se quedó mirando el cielo, cielo que se convirtió en domingo.
Aquella tarde Carlos no sabía qué camino tomar, en parte, ansiaba irse y dejar su miserable presente. Por otra, él sentía que no debería. ¿Qué resolvería? ¿Marcharse o continuar? Mientras miraba el cielo nublado, pensó en todo lo que no se atrevió a hacer, en todas las veces que dio más de lo que recibió, ¿valía la maldita pena continuar? Una lagrima solitaria rodó su mejilla, quizá era mejor marcharse. Y sus adorables viejos, ellos deberían saberlo, quienes más en su vida opaca lo comprenderían, ellos siempre estuvieron ahí, aunque silenciosos ellos, y silencioso él, quizá era lo poco que él podía les podía compartir.
Al llegar a su casa, él se sentó a conversar con ellos, y les comunicó su decisión. Ellos entre medio de algunas preguntas y un poco más de silencio comprendieron que el corazón de su hijo estaba roto, y el de ellos empezaba a romperse también. No dijeron más, él tampoco se atrevió a contarles más.
Mientras el empacaba sus cosas notaba que algo se le partía desde muy dentro. Acaso era el haber visto el rostro de sus padres preocupados y tristes por su decisión. Acaso eran las lágrimas que su madre derramó por sus palabras. Acaso era que él realmente estaba seguro de abandonarlos. Aquella noche se volvió vacía, triste, asolada. Asolada como su alma.
Al despertar en aquella mañana confusa, mientras él se dirigía a afrontar la decisión que había tomado, su padre lo esperó en la puerta. Su padre, un hombre de poco vocabulario y una vida modesta, pero con la mirada de amor por él y por su esposa, decidió intentar una vez más hablar con él. No había necesidad de decir mucho, pues él también esperaba eso. Esperaba que lo detengan. Los amó más. Ellos también.
La mañana confusa se convirtió en una mañana serena. Una mañana brillante.
Horas antes, después de su agotador trabajo, Carlos se dirigía a una café internet para despejar su mente, pues, un día antes se había rendido, otra vez, otro desamor. ¿Amigos?, ninguno que le escuchara y le diera un consejo., ¿Cerveza? No, él era un cristiano empeñado en no beber una gota por más amargado que estuviera. Si de todos los días miserables había uno en el que podría distraerse era ese día y a esa hora. Era lo único entretenido que el sentía que podría hacer en ese momento.
Al llegar al café notó que no había nadie en el lugar. Era el único. Encendió la computadora y comenzó a ver sus redes sociales, mientras iba mirando las noticias de sus redes percibió una fotografía en particular. Era la de su amigo de la infancia, Elmer, quien había viajado fuera del país. Mientras empezaba a ver más y más fotografías de él en diferentes lugares alrededor de varios países, sintió que su amigo había hecho lo él siempre deseó. Cambiar de rumbo, dejarlo todo atrás, y viajar. Fue entonces que miró al vació, y se preguntó qué estaba haciendo por ser feliz, de qué le servía quedarse en ese lugar si sentía que no había logrado nada, y, más aún, si ya no había nadie que lo atara a su vida actual. Acaso era el momento de despedirse de él. Y encontrarse de nuevo a sí mismo. ¿Y el amor? El amor que se vaya al infierno, pensó. Cerró las sesiones de las redes sociales, y porque no de su vida también. Pagó a la cajera, y salió.
Pasaron 10 años desde ese viaje. Carlos no regresó nunca más a su tierra natal. Ocupaba un pequeño departamento a dos kilómetros de las orillas del mar de esa ciudad. Vivía con su pareja, a la que había conocido hace un mes, en una fiesta de discoteca, la misma fiesta en la que había terminado con su anterior novia que irónicamente había vivido antes con él por un mes también.
Pasaron diez años, y después de aquél intento de huir, vinieron dos más. Uno a los dos años y otro a los cinco años. Siguió pensando que algún día sería el momento de despedirse de su pasado. Si embargo todavía no se daba por vencido de que su nueva colega de trabajo le dé una oportunidad.
Pasaron diez años, y justo ese domingo que su padre lo interceptó, aquella tarde, conoció a la mujer de su vida. Él no lo sabía, ella tampoco. El destino sí, pues los volvió a juntar no una, ni dos, sino varias veces hasta que ambos se miraron a los ojos y se reconocieron. Él le pidió matrimonio, y ella dijo que sí. ¿Y ahora viven felices? Desde luego que sí.
… hubieras tomado otra decisión.
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