En el ocaso,
se estrella el corazón contra la calma.
La llama del cielo, radiante de promesas,
que ilumina de ideales los rostros más humanos,
terminará por diluirse en el sosiego
del sutil y profundo mar.
¡Cuántas almas defraudadas por la luz!
El derechazo del amor,
el gancho de las reglas y
el piadoso y constante remate
de un Dios envejecido.
Bajo lo perfecto, frente al azul del firmamento,
las aves buscan una jaula,
se abrazan a las dulces cadenas del deseo
a cambio de librarse del cruel espíritu.
Un día, se fundirá el farol
y nos quedará, entre la carne y el olvido,
solo la austera sonrisa de la luna,
crucificada en la oscuridad más sublime.
Ese día, amaremos y dolerá y lo aceptarán,
la constitución será la voluntad
y Dios, con el perdón de todos sus pecadores,
estará en cada rincón de su creación,
abandonando, por fin,
el cielo que nunca pudimos alcanzar.
29.12.2019 |