No hay enfermo más peligroso que el que sufre de poder
El inicio es maravilloso. La sonrisa del elegido por el pueblo irradia de esperanza a los corazones ansiosos de cambio. Las promesas esgrimidas son frescas realidades que las gentes saborean sin siquiera verlas. Así, el feliz mandatario va creyendo en sí mismo con la misma fuerza con la que sus feligreses creen en él. Pero el poder y la excesiva confianza en uno mismo es veneno para el espíritu más noble: su decisión es la decisión, su verdad es la verdad. El hombre con poder queda relegado a la cárcel de los absolutos. Su mirada, que desprendía carisma, ahora se llena de miedo; la firmeza de su voz se quiebra como la de las palabras que contiene; su imagen misma va muriendo lentamente, hasta quedar tan solo su sombra, su ira y su conflicto. Obstinado, sordo y ciego, ante la inevitable metamorfosis, el infectado con el virus del poderío padece de graves amnesias, que invalidan su juicio, sus promesas y compromisos. En este punto de la infección, el sujeto opta por tomar decisiones enemigas de los fines que alguna vez defendió. Se enfrenta a sí mismo. Se niega constantemente. Su voluntad queda corrupta; su conciencia, intranquila. ¿Qué puedes esperar de un hombre que se ha olvidado de sí mismo?
La familia, ante las irracionales decisiones que toma el infectado, busca detenerlo. Conversan, debaten y reclaman; pero la ambición y la indiferencia bloquean por completo su atención. Entonces, se unen las más variopintas ideas de toda la familia para hacerse una: rojo y azul, arriba y abajo, orden y caos. Esta sorprendente unidad, finalmente, toma con toda legitimidad el poder que había prestado al enfermo, y detiene la casa, con todos sus miembros y todos sus fines y actividades. El enfermo no termina de comprender los porqués del conflicto, pues, para él, todo lo que quiere es lo que todos quieren.
Y no, señor Cachay, señor Muñoz, como ya pueden ver, casi nadie cree en ustedes y casi nadie los va a defender. Porque cuando el deber de estudiar se convierte en el de luchar, el enfermo se vuelve un parásito sin autoridad.
Mucha fuerza, querida San Marcos.
18.09.2019 |