“Nunca más le desearé el mal a nadie” me repetí, delirante, aquella fría noche en que casi muero; usando esa frase como promesa ante el pavor, como último recurso de vida… De rodillas, imploré, por un pequeño haz de luz. Sellando así aquella promesa.
Logré la oportunidad de vida -Como respuesta. De forma instantánea.
…Y lo que tenía que durar no duró.
Rompí aquella promesa y supe entonces, que moriría, lo antes posible. No cabía duda. Así como se me dio me será quitado. –Lo acepté.
Mi corazón ya no merecía el calor de la vida, fallé, y ya no hay palabra mía que valga.
Salí a la calle, para alejarme lo más posible… alejar el corazón sucio de mi familia. Morir lejos, como lo hace un perro.
Deseé el mal y lo hice con fuerza. Ensucié mi alma. No quedaría impune; moriré y no tardaría en ocurrir… Por ahora camino derecho, sin rumbo, sabiendo de que sería una payasada pedir una nueva oportunidad. Consciente de lo que se me dio… hediendo a muerto. Lo merecía.
Camino en línea recta. Me detengo. Y miro que delante mío hay un hombre de rodillas, con una postura quebrada, como implorando…
Está en medio de mi camino, dándome la espalda… Debo ignorarlo y seguir caminando. Ya nada me importa.
De pronto: Una nube se posó encima y le dio el toque nocturno que le hacía falta a la tristísima calle.
El hombre, sintiendo mi presencia se dio la vuelta, aún de rodillas… me miró fijo. Lo miré fijo: Lo reconocí…
Un haz de luz se abrió entre la nube espesa, directo sobre de mi cabeza. Dándome un aspecto celestial. El hombre, estirando los brazos hacía mí, imploró: -“Una más, una oportunidad más. Nunca más le desearé el mal a nadie. Lo prometo”.
Will
|