Llevaba años perfeccionándolo y casi estaba finalizado. O eso parecía.
"La cuestión es apretar los dientes firmes y cerrar los ojos" dijo Don Pedro. Pero apareció entre Lavalleja y Oribe en la Playa de la Agraciada, mientras Cheveste acercaba los caballos y un atónito Oribe lo miraba de arriba a abajo, la camisa, la chaqueta, los mocasines.
Don Pedro volvió a cerrarlos y sintió la respiración agitada de Baltasar Brum, las pistolas colgando como extensiones de sus brazos, la mirada al horizonte...
Volvió a cerrarlos y vió a la gente agolpada entorno a un altavoz, llorando el gol que la garganta exhausta de Solé lanzaba al infinito.
Se abrazaban, lloraban, saltaban incrédulos de alegría.
Don Pedro volvió a cerrarlos. "Ya casi estamos". Y, con los dientes apretadísimos, quiso pasar otro rato con el hijo que se fué tan pronto que no tuvo nunca tiempo para despedirse.