El agua corría veloz sobre los montes y mesetas, se desparramaba sin sonido, con la prisa y la fuerza de aquel momento, muchos ojos miraban su recorrido; sus brazos mutilados se desmembraban y abrían otros más pequeños, así, hilos de su líquido claro sin descanso arrasaban los pueblos; las personas salían desesperadas, el fluido no los tapaba solo se mostraba poderoso, ansioso de absorber cada pedazo de tierra, quería hacerla suya eternamente, su despliegue era perfecto, cada espacio se fue cubriendo, cuando pudo parar dejó de correr sin control, estaba detenida observando el miedo en tantas pupilas, algunas llenas de admiración, mientras otras con horror la contemplaban, su fuerza parecía debilitada, su quietud nos daba la pauta, pues no debíamos movernos, ni hablar, ni caminar, teníamos que estar muy quietos, sabíamos que esperaba un solo movimiento para entrar en acción.
Los animales quietos como estatuas comprenden mejor que nosotros la naturaleza del agua, conocían muy bien su poder; como sabían también que el fuego los había debilitado mucho tiempo antes, cuando el hombre desconsiderado producía incendios aterradores, ahora era el tiempo del agua, lo angustiante de esto no fue solo su quietud, parecía una víbora agazapada con muchas colas para castigar, con muchos ojos para espiar, con brazos muy largos, piernas muy cortas, fuertes como el tronco de un árbol, estaba inmóvil sólo esperaba un error humano, quería salir, recorrer sus ríos, sus mares, también quería venganza.
Hacía unos años que nadie la respetaba, sufrió incansables y devastadora contaminación, sus esencia se perdía con el maldito oro negro, ya nada podía hacer, sus habitantes morían empetrolados, ahora era tiempo de justicia.
Lentamente comenzó su movimiento, se fue dejando acariciar por los arbustos más cortos, se movía con delicadeza, las flores pequeñas felices se bañaban danzando sobre esta alfombra incolora, por momentos tibia, o muy fresca, los árboles mayores de gran envergadura se mecían con la brisa que pasaba silbando una canción de adiós, todos estaban esperando el momento para huir sin que ella se diera cuenta.
Los pájaros alineados se lanzaban en picadas para absorber su frescura, y rápidamente regresaban con los demás para salir disparados sin volver allí; se respiraba lentamente, los suspiros detenidos y los miedos deseosos de descansar, se montaban una escena terrorífica, parecía que ya nadie detendría ese devastador evento.
Las aguas surcaron, orillando el lugar, formaron un corral enorme, tan grande como un mar, juntaron toda su rabia, y el torbellino empezó, el baile se armó con música de fondo, con sonidos incoherentes, todo se fue contrayendo, las bestias derrotadas se dejaron llevar blandamente por la corriente que bajaba la pendiente, los hombres, mujeres y niños recostados sobre esa alfombra majestuosa bebieron por primera vez un nuevo sabor desconocido ,no insípido, tenía gusto a todo lo que años, tras años le fue dando el hombre, olor y sabor a contaminación, desagradable, terriblemente letal.
Una larga escalera bajó desde lo alto, tendió sus tentáculos quiso abrazar ese zumo tan vital, subirla nuevamente hacia los cielos para lavar su mancha oscura, imposible se escurría por sus escalones.
El cielo tembló, con sus relámpagos insistentes llamándola en un grito atronador, un silbido de viento huracanado, aislado, emergió del horizonte, su fuerza y su temperamento logró que fueran rescatadas.
El silencio duró una eternidad... cada cual vio ese ascenso al infinito cuando atravesaron la superficie llevadas por el viento.
La calma termino, todos se recostaron sobre la tierra bendiciendo al cielo que afortunadamente salvo nuestra fuente cristalina tan necesaria, que en su enojo nos dejaría en muy poco tiempo sin vida el planeta.
Alessandrini María del Rosario
|