Existen muy pocas cosas que consigan acercarme tanto a lo que tengo lejos, a lo que mis manos físicas son incapaces de tocar, como la música, las canciones que entran, me invaden apoderándose de mi espíritu volátil atrapado en la caja orgánica de mi yo visible.
Cada instante que mi vida me lo permite me engancho como un niño que busca su ansiada teta a los auriculares que permiten que la música, las letras y las voces resuenen dentro de mi y me transporten hacia un lugar lejano, aún lugar que muchas veces mis pies no serían capaces de llegar ni en mil años de pasos incansables.
La evasión es tan brutal que las palabras son insuficientes para dejar huella de lo que me hace sentir este símil de viaje astral, de sueño lúcido con los ojos abiertos.
Es gracioso que esta salida de los material es lo que más me ha mantenido con los pies en el suelo, como si fuera mi guía en una sesión de ayahuasca, ha sido mi toma de tierra para que mi mente no se perdiera más allá de las fronteras que no existen.

Tengo la suerte o la desgracia de poder disfrutar de dos mundos dentro de mi y de no perderme, de mantener lindes entre ellos algunas veces, casi siempre. Realmente no se exactamente cuanto tiempo sabré diferenciarlos, cuando eso pase, cuando un día unos de los dos quede atrás espero y deseo que sea el que tiene que ser.

De momento voy a conectarme, nos vemos si nos tenemos que ver.