A la usanza de los cuentos que has leído, tomaste simplemente tu cartera y tus llaves para comenzar a caminar sin rumbo fijo. Nunca sabrías el motivo exacto de tu repentino desplazamiento, la única hipótesis que existiría tiempo después fue que actuaste por obra y gracia del espíritu santo, pero como la mayoría de las razones espirituales, nunca fue comprobada. Básicamente un día abandonaste todo lo que hacías, a tus amigos y a tus pensamientos. Nadie te vio partir. Nadie te esperaba.
Poco a poco la noche te fue haciendo reflexionar sobre tu repentino paseo. Todo había comenzado días antes, cuando una pequeña hoja llegó a tu cuarto de manera misteriosa diciendo simplemente: “Despiértame cuando pase el temblor…” En ese instante lo único que hiciste fue cantar y nunca pensaste que esa frase se quedaría en tu subconsciente por mucho, mucho tiempo. No sabías quien había escrito esa nota, pero tenías la certeza de que el temblor ocurriría. Quizás sucedería dentro o fuera de ti, no importaba.
Estando a la mitad de estas remembranzas, tu lento caminar se vio truncado por un árbol tan alto como el pensamiento que te lo permitió. Fue una de esas imágenes que nos hacen recordar al creador y su obra. Como era de esperarse, no te inmutó dicho mandála natural, ya que tu ateismo y escepticismo hubieran sido suficientes para desconfiar de las leyes de gravedad; sin embargo fue imposible pasarlo por alto y decidiste calificarlo no de inmortal, sino de inmoral. Esto por estar en contra de todo principio que jamás te hubieran enseñado: por más loca que sea una ciudad, nunca brota un árbol a la mitad del pavimento de un día para otro… Y mucho menos de esa magnitud.
Nunca en tu vida conocerías si el árbol realmente existió, pero nunca importó. De cualquier forma decidiste aceptar el misterio que te planteaba y le seguiste el juego. En un momento todos los edificios se hicieron robles y cada persona tomó forma de los más exóticos animales. Te rodeaste de serpientes con 23 patas, jaguares con alas y aves de fuego en menos de lo que alcanzabas a parpadear. A decir verdad, el parpadeo mismo también fue toda una aventura: Te bastó hacerlo una vez para notar que dentro de tus ojos un temporal se acercaba. Tenías la certeza de que era una tormenta como las que llamaban sudestadas, pero nunca pudiste comprobarlo.
Las nubes atrás de tus párpados pronto tomaron una figura definida. Tampoco sabías que era, pero ya que estabas en el bosque la identificaste como un hada. Ya habías visto una igual tiempo atrás, pero el destino mismo se había asegurado de no volverlos a encontrar. Habías pasado mucho tiempo maldiciendo al hado (y al hada), pero no había sido su culpa, sino la tuya. Todo esto acababas de averiguarlo dos días antes de la llegada inesperada de la nota; Habías comprendido de repente que la vida es un ciclo que puede repetirse si uno deja que así suceda. Alguien te lo había dicho.
Tomando todos tus pensamientos, agarrando valor de las plantas y suspirando formas de humo, decidiste comenzar (otra vez) tu paseo inmoral. Esta vez nada te detendría de querer, decir, hacer y callar lo que quisieras. Aún caminabas sin rumbo, pero por lo menos ya sabías como hacerle frente a los problemas.
Alcanzaste la cima de una montaña, como tratando de encontrar a alguien, pero sólo encontraste un desierto circular encima de toda forma de vida. Pudiste llegar a gatas hasta el centro del cráter, creyendo que al hacerlo todo el significado de tu viaje se revelaría. Pero no fue así…Lo único que te fue revelado fue que la luna se escondía detrás de las nubes, justo encima de tu cabeza. Por un momento creíste ver a Dios junto a ti, entre la luna y el sol, el agua y el fuego, el cielo y la tierra…Pero tú no quisiste creerlo. Era demasiado omnipotente para ser verdad.
La noche te reclamaba que dijeras algo. No era la primera vez que escuchabas esos reclamos, habías leído acerca de un caballero andante que por quedarse callado sufrió muchas desdichas… Pero tu no sabías que decir, o al menos eso dijiste.
La luna misma te miraba exigiendo una pregunta, pero tú no sabías a quién servía el grial, nunca habías creído en la magia hasta ese momento.
De pronto, y respondiendo directamente a tus mágicos pensamientos, sucedió…
El temblor.
“Hay una grieta en mi corazón
un planeta con desilusión”
Sentiste un leve beso de la atmósfera, pudiste comprobar que la vida es éter y es muy fácil traspasarla, pudiste comprender que la magia existe… Hasta que ella apareció.
Su cabeza flotaba separada de su cuerpo, tenía una melena de serpientes y unos ojos de princesa, su cuerpo era de sirena y su voz la de una nereida. No podías creer que la misma hada que acababas de ver dentro de tus ojos se hubiera transformado en tan seductora bruja en cuestión de minutos. Siempre habías soñado con estar en un cuento de hadas, pero no habías imaginado jamás lo hermosos escalofríos que produce el vivirlos.
-¿Tu me hiciste venir aquí?
-¿Vine sólo por ti?
-¿Estoy soñando?
Miles de preguntas salieron de tú boca sin que ella respondiera; era tu pago por no haber preguntado cuando se te había pedido. A pesar de esto, sus ojos ardieron viéndose mutuamente, tratando de petrificar uno al otro, intentando apagar el fuego con el agua… De nuevo Dios se manifestaba… Y de nuevo no lo quisiste creer.
Entonces, negándose la ahora bruja y el mago a ceder uno frente al otro, se besaron. Ya no tenían que hablar del temblor después del beso. Todo había sido concertado como un rito sagrado en el gran templo de la Tierra. Los animales fungieron como testigos y el fuego los quemó por completo. Pero las brujas no se dan por vencidas fácilmente, así que en un descuido logró verte sin la protección de tus parpados, condenándote a ser parte del gigantesco árbol que habías visto mucho tiempo antes… Los siglos habían pasado en esa hierogamia nocturna.
333 años, 7 meses y 9 días pasaste dentro de tu coraza frondosa. Sólo el aire y el recuerdo del hada te visitaban de vez en cuando, pero ninguno se compadecía de ti. Pero un buen día de otoño -justo como el día en que escribo esto- una hoja del color de tus ojos te prometió llevar tu mensaje: “Despiértame cuando pase el temblor…”
No tengo claro los motivos que me impulsan a escribir esto, quizás sólo es por tratar de perpetuar tu historia. Por decirle al mundo que aún existes, que aún eres tú. O tal vez (sólo tal vez) es porque acabo de recibir una nota en una hoja de árbol… Ya sabrás tú lo que viene escrito en ella.
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