Los rostros de Janis, Jim y Jimi pasaron una y otra vez por su mente, del fondo seguía llegando la voz del chico, pudo entender sus palabras más allá de todo concepto, en el hueso mismo, en la rabia. Supo, más que ellos, más que la Madre del Saber, por qué jugaban aquél baloncesto alucinado en pleno invierno: no era porque faltara el balón sino para que faltara el balón, para darse cuenta, para conocer el fondo del estanque. Aquella locura del baloncesto iba a endurecerlos, quizá cayeran de todos modos pero no serían presa fácil. Su dedo acaricio el gatillo y en ese instante tuvo una iluminación. Dejo el arma a un lado y agarró la guitarra invisible. Sus dedos se movieron en el aire quieto de la sala pero no logró sacarle un solo trino de silencio a la guitarra, habían pasado muchos años desde la última vez y no recordaba la técnica. Lo intentó una y otra vez sin resultado, se había hecho tarde también para eso, había pasado la raya sin verla y no podía dar marcha atrás. Por más que aguzara el oído no lograría escuchar la guitarra invisible, simplemente ya no sonaba; el problema no era en oído, era algo más letal, como tener pelos en el corazón. Dejo la guitarra y recogió el arma, estaba fría y real como él. Pensó una vez más en el chico negro, deseó con el alma que al menos ese chico-por lejos que hubiera ido- conservara todavía aquel balón. |