Te dije no te vayas, Y no te afectó.
Me diste un beso de despedida y te marchaste con un hasta luego.
Me miraste con tus adorables ojos serenos, con tu sola sonrisa,
Tu casual sonrisa, casual hasta luego, casual tú, dramático yo.
Era la mañana de un sábado, un amanecer naranja para mí, o quizá amarillo para otros, no lo sé.
Un amanecer de aquellos que son más bien parecidos a sueños, pero, ¡qué va! Son pura realidad nostálgica.
Eran tus últimos minutos a mi lado, tus últimos besos, tus últimos abrazos.
Cinco o más, o tal vez menos, los minutos que nos mantenían juntos.
Mientras el amanecer llegaba, era inevitable tu despedida. Pues ambos sabíamos que te marcharías.
No podías quedarte a mi lado, y aunque era tuyo y tu mía, eso no impedía aquella nostálgica despedida.
Pero tú estabas apacible, tranquila, y sonreías, me mirabas sin sentir pena siquiera, como si no fuera de importancia verme suspirar.
¿Por qué no hice nada?
¿Por qué no moví un dedo para detenerte?
¿O es qué me hallaba resignado con la idea de que te fueras?
Al fin y al cabo, las despedidas están en todas partes, para todas las personas y edades.
Son parte del precio de esta vida. Algunas memorables, otras desapercibidas, algunas las vemos venir, y muchas otras nos hallan sin prepararnos.
Unos son simples “Hasta Luego”, otros definitivos “Adiós”.
Y aunque sabía que en algún momento volverías a mis brazos,
Sentía que te arrancabas de ellos.
“No te vayas mi vida” te rogué.
“No seas exagerado” me dijiste. “Solo voy a salir a comprar”.
«Ay mi vida, si supieras que me tienes en la palma de tu mano,
Y aunque esto pase cada mañana, y a veces lo notes. Detrás de este tosco esposo,
Hay un niño enamorado que quiere tenerte siempre a su lado,
Que detesta las despedidas, sobre todo aquellas cuando los cielos son anaranjados,
Cuando parece que no hay mañana, cuando tal vez solo existe el hoy». Eso pensé.
Entonces tomaste tu bolso, y me depositaste un tierno beso en la frente.
Y yo sin hacer nada, sin más argumentos te vi partir,
llevándote los abrazos y los besos que te di aquella melancólica mañana.
Me apoyé en el marco de la puerta, viendo cómo te alejabas.
Tan casual tú. Tan dramático yo.
The Strokes - Why Are Sundays So Depressing? |