Hace algunos años en México la moneda de veinte centavos de cobre era, aparte de atractiva por su grabado, muy apreciada y distintiva del pueblo mexicano, pues traía en el anverso la emblemática Pirámide del Sol de Teotihuacán. Su poder adquisitivo era muy valorado, pues recuerdo que de niño alcanzaba para comprar varias golosinas que llenaban mis dos pequeñas manos, es de comprender que yo salía muy contento y satisfecho con mi compra.
Años después debido a la devaluación de nuestro peso, el Banco de México dejó de producirla, debido a que había perdido su poder adquisitivo; los precios se habían incrementado y se presentó una inflación galopante por muchos años.
Eran tiempos también en que las calles eran nuestras, y nuestros padres sabían que estábamos seguros, en que a las puertas de las casas no se les ponía seguro, a esa edad nos enseñaban a tocar la puerta antes de entrar. Eran actos basados en la confianza. Era épocas en donde los que éramos estudiantes sin temor alguno pedíamos el clásico “aventón” para llegar a nuestros centros educativos.
Mi padre me llegó a contar que cierto día tuvo un problema de vialidad, y los agentes de tránsito actuaron con honestidad, era un sistema que en su conjunto, juez de paz, trabajadora social, agentes, etc., para nada pedían “gratificación” ni directamente ni con insinuaciones, no eran corruptos, eran unos auténticos servidores de la nación.
De aquella época, a la que actualmente estamos viviendo ha habido muchos cambios, las interacciones vinieron cambiando, la modernidad siguió construyendo ciudades, las cuales con el transcurso del tiempo se convirtieron en ghettos, espacios urbanos cotidianos de pobreza y violencia. Dos acciones que el gobierno no ha podido solucionar, tal parece que hay ausencia de anunciar algo coherente y bueno que dignifique a esta sociedad atemorizada por el coronavirus.
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