OTOÑO
Había pasado ya varias horas entre el insistir y el re insistir, pero ahí también hubo espacios que no se dieron por cerrado y ni siquiera estuvieron vacíos, simplemente estaban en ese proceso puro e inclaudicable de la imaginación. El café estaba al alcance de mi mano como lo estaban el lápiz, el cuaderno y las teclas del computador. Esperaba impaciente que se presentara la noche y que me arropara en su regazo oscuro y silencioso, la noche que reboza todas las vidas y también mi vida; esas vidas que se lanzan al ensueño profundo en el que solamente viven los otros sueños, los mágicos esos que nos indican el camino hacia las “delicias del paraíso”.
Escribí en una hoja suelta: “Anduve deambulando con mi lápiz en mano, por largo rato, en las aulas de mi trabajo de profesor de artes; me sentía volando sobre los atriles, los mesones, las paletas con un brillo no acostumbrado haciendo prístinas marcas que conversaban entre sí, con el fin de formar un todo armonioso y enérgico. Me enteré por cuchicheos de mi memoria, que en ese deambular, había toda una razón mimética de entablar una relación afectiva con la tela que me miraba diáfana con su ojo universal. Así que lancé sin tapujos un manchón violáceo relleno de pocos entendidas líneas que se iban a esconder a un vértice del marco. Me dije que aquella acción no era posible, era sólo posible en ese encuentro de lo onírico con la más profunda y entera posesión del alma. Entendí entonces que mi trabajo no era exclusivamente el enseñar, el sueño me dio a entender que también lo era, el crear”.
Únicamente frío, el día no acababa nunca y las hojas resecas en un remolino de viento inconcluso danzaban una y otra vez en rededor del tronco famélico aricado de briznas de hielo. La ventana de mi casa me anunció a eso de las 6 de la tarde que la lluvia ya estaba ahí; yo no concluía aún, aquel ensayo sobre la relación del artista con su entorno. Así que fui y encendí la estufa a parafina; me entretenía ese hecho de encender la estufa y quedarme mirando como la llama de la mecha se apoderaba de la callampa de metal dejando el aire más cándido. Francisco y María Fernanda, mis alumnos de cuarto medio, llegaron alrededor de las 7 de la tarde; indudablemente era ya casi noche pero poco les importó la lluvia que ya se dejaba sentir sobre la ciudad, simplemente me saludaron con la alegría de siempre y entraron a la casa dejando lo que portaban sobre mi escritorio encima de mis apuntes de estética. -¿Y bien, profesor…?- dijo Francisco, de inmediato como si en esa inmediatez dejara en claro que él y su compañera venían para cultivarse más en la poética de sus vidas y yo debía estar dispuesto a entregarles aún fuera de mi horario de clases, más luces acerca de la forma de construir las respuestas a sus preguntas. Francisco era más desprolijo en aquel aspecto, cosa que a mí no me incomodaba pero miraba a María Fernanda y ella menesterosa en su proceder, silenciosamente apuntaba en su cuadernillo beige todas aquellas reflexiones que salían de nuestros diálogos y discusiones; cuando creía tener suficientes argumentos nos lanzaba su retórica estética; María Fernanda, era: analítica, silenciosa, minuciosa y melosa en el hablar. Les dije que estaba lloviendo que llamaran a sus casas y dijeran que se quedarían con su profesor a dormir que no había problemas mi esposa y yo los atenderíamos bien. María Fernanda miró a Francisco y asintió con la cabeza y Francisco hizo un gesto un tanto displicente pero, le gustó la idea. Llovía fuerte ese otoño y la lluvia estaba decidida a persistir en su rigurosidad. Seguimos allí en el living, hasta muy entrada la noche sin llegar a ningún acuerdo acerca de cómo se producía la relación del artista con la realidad. Esos desacuerdos eran interesantes pues me permitían provocar en todos mis estudiantes, más instantes de cavilación.
La lluvia cayó con toda su fuerza, mi mujer se despertó en medio de la noche y se acurrucó en medio de mi pecho. Todos los sueños se fueron fundiendo, como el amor.
INVIERNO
Al salir del edificio me detuve un instante en la puerta, el liceo silencioso solamente arrojaba sus luces amarillentas desde los ventanales desprolijos, en la noche se apretujaba la niebla dejándome poco espacio para la observación mas, ir al café en donde me esperaban Francisco y Ángela, era camino sabido. Así que dirigí mis pasos hacia allá sin preocupación. Los faroles lanzaban casi en guiños sus haces de luz por la avenida 2 oriente en donde las veredas se atrevían a retar el equilibrio a cualquier persona incluyéndome en ese reto. Las pozas de agua turbia dejadas por la lluvia del día anterior, se extendían hasta la avenida 2 sur. Sin lugar a dudas que la clase de estética y expresión gráfica de ese día me habían dejado extenuado, de tal forma que una taza de café bien caliente en el La Maison, no me vendría mal y por supuesto con una buena compañía como lo eran esos dos estudiantes excepcionales que ya habían ingresado a la universidad ese año. Francisco a la carrera de arquitectura y María Fernanda a diseño; ambos habían solicitado mi presencia por un inconveniente que se les había presentado en una asignatura que la vinculaba directamente con nociones de estética y la apreciación del arte. Estas divagaciones por los aires del arte y sus relaciones con el entorno me seducían, había ya escrito varios ensayos no públicos al respecto pero, lo que más me cautivaba era la oportunidad que me daban esa jovencita y ese jovencito de continuar a través de estas conversaciones, ligado a sus meditaciones acerca de la vida. Con ellos aprendía de cuestiones menos intrincadas con el sabor que le saben dar los jóvenes a sus explicaciones y que yo las tenía un poco olvidadas. Caminando en medio de esa espesa niebla, tomé mi teléfono celular y llamé a la Nita mi mujer, le dije que me iba a juntar con unos ex estudiantes, un tanto molesta, no por esta junta sino por el frío existente del cual debía cuidarme según ella, me contestó que no estaba bien que lo hiciera. Para la Nita era una preocupación permanente mi enfermedad crónica a las amígdalas, curiosamente ese invierno no se me había presentado tal anomalía; le respondí – volveré pronto, los niños necesitan de mi ayuda, estaré en el café del centro, te amo- terminé diciéndole, a lo que me respondió yo también. Entrando a La Maison, Francisco me dice - ¿y bien profresor…?- su acostumbrado inicio del diálogo de su tiempo de escolar, no lo había olvidado, María Fernanda, acostumbrada a su recato esperó mi beso de buenas noches sentada en la mesita cerca de una estufa ambiental. Me fui a casa a eso de las 9 de la noche, nos retiramos de La Maison porque éramos los únicos usuarios, todo por causa de la gélida noche y su neblina, no sin antes dejar bien en claro los puntos por los cuales había sido citado por mis dos ex estudiantes, bueno no sé por qué les decía ex si en honor a la verdad aún seguía sintiéndolos mis estudiantes y ese momento en torno al café caliente, me lo había corroborado. Francisco, me dejó una pregunta como tarea que debía respondérsela en algún momento de nuestras vidas: ¿acaso el arte es una verdad ?. Difícil aquella pregunta y su respuesta.
OTRO OTOÑO
Había pasado un año desde nuestro último encuentro, así que fue muy emocionante aquel correo electrónico enviado por Ángela a mi casilla, en donde me explicaba que Francisco y ella habían entablado una relación sentimental. Que ambos estaban bien y que todo el tiempo se acordaban de mí y de mis locuaces discursos acerca del arte y la relación del artista con la verdad. Qué bien, pensé y me sonreí, Francisco y Ángela eran pareja ahora. La Nita, mi mujer, no estaba en casa había salido con unas amigas a divertirse. En un instante pensé en la pregunta de Francisco la última vez que nos vimos en La Maison. Dejé el computador y continué con la pintura que hacía un mes estaba en proceso. Me di el tiempo, mientras elucubraba formas y colores, de dar la respuesta a Francisco por si me encontraba de improviso con él. Es cierto que la ciudad no es una metrópolis, pero hay veces que la gente se pierde, no se encuentran entre sí, no se contactan por diversos motivos. Muchas veces me ha pasado que no veo a las personas durante largo tiempo a mis amigos por ejemplo y cuando nos reencontramos en los mismos sitios que frecuentamos diariamente, es una alegría pero, ¿por qué si ayer pasé por aquí mismo no nos vimos?. En el instante en que el pincel trazaba las formas que antes estaban en mi cerebro, llegué a la conclusión de que era muy probable que me encontraría en algún momento con Francisco o con María Fernanda y que se acordarían de aquella pregunta entonces me dispuse a desarrollarla de la mejor manera. Desde afuera llegaban tenuemente, los silbidos del viento que correteaban por los añejos árboles y los tejados de la villa. Mis manos se habían entumecido un poco, las refregué una contra la otra para que la piel entrara en calor. Era, en ese momento, absolutamente necesario que diera respuesta pensé en varias y solamente una, la escribí a modo de apunte, en la orilla de una hoja ya escrita con otros ensayos. Fue ahí cuando terminaba de anotar, que sonó el timbre de mi casa, seguramente era la Nita que había olvidado como ya tantas veces, la llave, así que fui hasta la puerta y la abrí de una pasada, era Francisco y María Fernanda, me sonreí abrazándolos con un saludo afectuoso el cual respondieron de la misma manera. Que extraño pensé, Francisco no me saludó con su muletilla -¿y bien profesor?- A lo mejor él junto a su compañera, ya habían encontrado otro modo de iniciar en adelante, cualquier conversación conmigo, me quedé esperando pero no, no sucedió lo que había pensado simplemente se sentaron y me preguntaron que cómo estaba yo, qué era de mi vida, en qué estaba por esos días; cuando se refirieron a qué estaba por esos días se referían si estaba escribiendo o pintando, porque lo de hacer clases lo tenían claro y eso no requería de una mayor explicación. María Fernanda me preguntó si podía entrar a la cocina y traer una copa de agua le asentí positivamente con la cabeza ya que ella y Francisco conocían muy bien mi casa, varias veces a causa de nuestros coloquios sobre el arte, se habían quedado a dormir como mis hijos ya no estaban viviendo con nosotros, habían encontrado sus propias vidas que vivir, sobraban las piezas cuando ellos no nos visitaban. Francisco me recomendó un libro y la visita a una exposición en la Galería de la Universidad de Talca de tal modo que la conversación giró en torno a eso, fue un reencuentro para ponernos solamente al día.
NUEVAMENTE INVIERNO
Llegué de mis labores educativas a casa a eso de las 9 de la noche, la casa estaba muy fría y la Nita me había dejado una nota sobre el rac del televisor que decía: “amor, hoy llegaré más tarde, me llamaron para cubrir el turno de una compañera”. –Pucha, bueno- me dije, ese turno terminaba cerca de la medianoche yo muy bien los conocía. Comí algo y me dirigí al dormitorio de mi hijo mayor (conservaba todo lo que él utilizaba antes de mudarse a Santiago a estudiar, vivir y trabajar), una parte la adapté para pintar y dibujar. Allí tenía todas las pinturas e ilustraciones que presentaría en la exposición que debía inaugurarse la semana siguiente en la Galería de la Casa del Arte, las revisé una a una nuevamente, hacía lo mismo todos los días al llegar a casa con una obsesión tal que yo creía ya, que era parte de mi rito diario, como si fuera el cepillarme los dientes, asearme o arreglarme la barba. Ese día había sido frío y cuando digo frío, no me refiero solamente a que la temperatura ambiental estuviera helada; los inviernos en general aquí son fríos, pero ese invierno inusualmente se había comportado inestable, días de calor, poca lluvia y algunas veces con temperaturas bajo cero… ese día estuvo frío también en la clase en el liceo, los niños y niñas inesperadamente no quisieron llevar adelante una conversación y tampoco estuvieron asertivos para conceptualizar gráficamente una idea acerca de un fragmento del poemario de Huidobro “Altazor” o bien que llevaran esa conceptualización a un video. Parecían flojos, inanimados, poco lúcidos en el pensar e intelectualizar la materia que trataba sobre la reinterpretación del entorno. No fue un día bueno, de tal manera que me dispuse a terminar de revisar las obras y preparar el material, antes que llegara la Nita, de apoyo pedagógico para el siguiente día de un invierno inusual
PRIMAVERA
La Nita y yo, nos arrancamos a Vilches, a disfrutar de la naturaleza ese fin de semana. Fue un buen paseo, tuvimos tiempo de reírnos, preparar comida al aire libre, caminar y besarnos mucho, sostuvimos un largo abrazo bajo los árboles.
|