De un blog de hace ya un tiempo
Hay abismos, abismos insondables, infinitos, de vértigo. Hay abismos que no abarca la mirada. Nacen en el borde de un acantilado altísimo y no se ve el fondo. No son necesariamente duros, ni tristes, ni negros; contrariamente a esto, son espacio de caídas transparentes, brillantes, y en su vertiginosidad, expectantes.
Estos abismos últimos están para dejarlos, para no recorrerlos; están para admirarlos y gozarlos desde arriba, desde esa altura donde, como enormes aves de envergadura descomunal, alguien los ha colocado, alguien ducho en las artes amatorias.
Otro abismo es la muerte. Este es inexcusable. El anterior no todos lo encuentran, ni con la misma hondura; el abismo de la muerte, pese a ser tan hondo, todos lo viven.
Pero cada día tiene sus propios pequeños abismos, estos sí han de ser descendidos, con entusiasmo, con dedicación, con sobriedad y experiencia. Retos superables que se suceden en cadena y que pasaron a ser colinas, cerros suaves, porque se domina lo cotidiano y se conoce el alma humana.
Últimamente me emociono. El corazón y los ojos casi lloran. Más que antes. Debe de ser que en ese abismo en que me hallo no estoy sola, sino todo el género humano y yo con todo el género humano.
Cuánto bien podemos hacer, André, con tan poquito. Estos poquitos locos afortunadísimos, que lo tenemos todo, cuánto podemos; y qué poquito nos piden.
Qué sencillo nos es ver la bondad en los otros, siendo así de dichosos. Por eso, por cuanto puedo dar, mi deber es conservar esa felicidad, guardada, sin malograr, sin mancillar ni corromper, sin astillar ninguna de sus aristas. Es como un poliedro multicolor, como un hijo en las entrañas, que te grita "aleluya" desgarradoramente. Y que con su ternura y lo inusual de su valía, te hace, te empuja, en un fácil camino cuesta abajo, a abrazar el mundo con amor.
Tú, André, ¿jamás te sientes, así, preñado? ¿O acaso lo estás? No hablo con locura; la locura prolongada, no es locura, es dicha, que no es lo mismo.
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