Cuando no supo qué más añadir al mundo de las letras, se dio cuenta de que, en realidad, había dicho bastante poco. Una tromba de agua interrumpió el anterior pensamiento. Llovía fuera, como si estuviera aprendiendo. Aprendiendo a llover. Jarreaba. Y luego se hizo un silencio cuasi sepulcral. Después se acordó de ella. Lo último que había escrito hacía referencia a lo poco que había influido en el mundo. Poco y malo-decía para sí. Si descontaba la colaboración del corrector, entraba-su influencia-en números rojos-a efectos prácticos. Enmascarado a través de un personaje-claro. Se comparaba con los grandes autores para llegar a la conclusión referida. Todo es relativo-se quería consolar. Había quien había(valga la redundancia) influido menos que él. De cualquier manera, desde aquella pecera, tampoco se podía aspirar a elevar conclusiones definitivas. Lo mismo, el mundo, se había transformado enormemente bajo su influencia. Todo dependía de la perspectiva también. Pero, sospechaba, que en el listado de los más influyentes de la provincia ocuparía un lugar poco señalado, bastante irrelevante. En estas cavilaciones estaba, cuando se acordó nuevamente de ella. Seguro que tenía una opinión mejor fundada que la suya propia sobre aquellos extremos. Más objetiva- quería decir. Pero tampoco era cuestión de preguntarle, pues, al fin y a la postre, era, también ella, la que no le contestaba los mensajes telefónicos.
Lo que abundaba en la mala imagen que iba teniendo de sí mismo.
Luego lo supo: hacía diez meses que había dejado de estar viva. |