Tendida en un estrépito sin descanso,
exaspera un derrumbe sin desenlace.
Lluvia invisible, absortamente apenada,
que se disuelve en el hueco inmedible
de nadas errantes en sombras lentas.
Extenso desconsuelo de sangre no nacida,
que se perpetua como objeto inerte,
vano, como encanto de mujer ilusoria,
furtivo como un indeciso emboscado.
Así padece el alma la ilusión deshecha,
sin vislumbrar un horizonte alcanzable
donde dirigir la nave, que eludirá la agonía.
El viento del rencor migrará en recelo,
y este, acosado, en pausada resignación,
hasta que, la hebra de una esperanza
merme la impaciencia al oír que alguien,
desde algún lugar, dice ven, tengo frío. |