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Emilio invariablemente ocupaba la silla de la cabecera de la mesa que miraba a la ventana con vista al parque, a sus espaldas sobre una vitrina había una figura de San Antonio, a quien se le atribuyen cualidades para recuperar cosas extraviadas, incluyendo al amor perdido o a uno por venir. Hoy es 13 de junio, día del patrono y como era su costumbre para esta fecha encendía una vela para iluminarlo y renovaba intenciones, pidió por su desaparecido reloj Longines de plata y por Martha quien hacía nueve años lo había abandonado sin mediar palabra. Nunca mas supo sobre su paradero, removió cielo y tierra, la buscó por todo aquel lugar que le pareciera razonable, familiares, amigos, trabajo, relaciones del club, la buscó en hospitales, comisarías pero nada, se la había tragado la tierra. Se fue sin llevarse nada, toda su ropa aún permanece en su lugar ocupando espacio en el placar, al igual que sus zapatos, sus libros, sus joyas y sus recuerdos personales. Cada tres o cuatro meses con la ayuda de Teresa, su mucama, desaloja el placar y pone todo sobre la cama para hacer una limpieza profunda, es increíble como aún con la puerta cerrada se cuelan la tierra y los insectos aunque ya muertos a causa de que periódicamente rocía con insecticida. Una vez terminado el aseo devuelve todo a su lugar, tratando de respetar el orden en que Martha había dejado sus cosas, no quería que en caso de que regresara encontrara nada fuera de lugar, siempre había sido muy meticulosa, con sus pertenencias y con las cosas de la casa, incluso con las de Emilio, quien a pesar de no estar de acuerdo por una cuestión de funcionalidad con algunas de sus decisiones no se atrevía a generar una controversia, de alguna forma Martha siempre tenía a mano una explicación superadora a sus propias razones y el quedaría con el sabor amargo de haber perdido otra de las tantas batallas domésticas, para qué se preguntaba Emilio, para qué…
Fue así como el hombre terminó siendo extremadamente complaciente, salvo en contadas ocasiones en que ella superara los límites de su paciencia, pero eso no sucedía con frecuencia, ella conocía esas fronteras y evitaba irritarlo para no poner en riesgo la superioridad con la que podía manejar las cosas a su antojo.
Emilio y Martha vivían en Santos Lugares en una antigua y amplia casa de estilo victoriano, emplazada en un terreno de importantes dimensiones, tenían un parque con un gran estanque habitado por un vergel de peces rojos y una infinidad de sus mutaciones. Dando marco a esta explosión de vida cohabitaban los peces junto a una gran variedad de plantas acuáticas. Como si fuera posible embellecer aún mas el pequeño lago un puente curvo de madera lo cruzaba de lado a lado coronando la vista que solo se detendría ante el pequeño bosque de pinos, acacias y robles ubicados en el fondo del terreno, y que impedía ver la propiedad lindera, lo que provocaba la exquisita sensación de estar inmerso en un delicado remanso de la naturaleza. Emilio contaba con la compañía de Teresa su mucama, de Alberto quien tenía a su cargo el mantenimiento de la casona y de don Pablo, su jardinero y amigo, con quien mantenía extensas conversaciones, tenían por costumbre sentarse en el banco que estaba al cobijo de los árboles del fondo. Una o dos veces por semana venía Guillermo a visitarlo, era médico y se había graduado en la misma camada en que se había recibido su hijo, quien hacía dos años estaba haciendo un master en el Mont Sinai Hospital de Chicago. Daniel era su único hijo y la partida lo sumió en la tristeza hasta que un día decidió sobreponerse, por las tardes salía a caminar con Guillermo por el barrio y casi siempre terminaba su rutina con una parada en el barcito de la esquina de su casa donde tomaba su café negro de costumbre y mientras pegaba una ojeada a su matutino preferido, que a estas horas del día tenía las noticias desactualizadas dado el vértigo de los acontecimientos, pero a el le daba igual.

Una mañana y como muchas otras mañanas de estos últimos meses Martha se despertó inquieta y un poco sofocada por la angustia, su matrimonio no estaba bien, Emilio había entrado en un cono de sombras y sin motivo aparente la maltrataba, la descalificaba y lo que es pero aún, había dejado de mantener el orden, cosa que la sacaba de quicio. Para calmarse y abstraerse se sentaba al piano y tocaba el Nocturno en Fa mayor, opus 15 Nro. 1 de Gustav Mahler, esta pieza era la preferida de su madre quien en los tiempos de aprendizaje de Martha se sentaba en su poltrona Luis XV ubicada a la derecha del piano a escucharla con atención y admiración al notar la evolución de la niña, es que su hija de apenas doce años ejecutaba la melodía fiel a los dictados del pentagrama pero intuitivamente le ponía su impronta a la melodía, como si esa música le doliera y le provocara cierta rebelión que le hacía pisar mas fuerte o mas suave las teclas cambiando el vibrato de algunas notas, vibrato que emergía de sus propias entrañas, no es que se alejara de la intención del creador de la pieza, solo que ella la tomaba para si y la hacía suya. Así era Martha con todo lo que la rodeaba, en su trabajo llegó a ser respetada debido a esa misma actitud de vivir el universo que la rodeaba como propio. Comenzó como reportera de poca monta en el diario “Noticias del Mundo” y dos años después ingresó por mérito propio a la redacción donde tuvo un par de aciertos que la llevaron a formar parte del selecto grupo de editores donde su nombre y apellido fueron marca registrada en el gusto de sus lectores. Era invitada habitualmente a participar en programas de formación en numerosas organizaciones, empresas y universidades, sus conferencias sobre política internacional, especialidad donde descolló deslumbraban a su público por su cosmovisión positivista, a pesar de las desalentadoras noticias que llegaban de todos los rincones del planeta ella tenía una actitud esperanzadora, confiaba en que pronto se establecería un nuevo orden donde el ser humano volvería a ser el eje de toda política, el mundo cambiaba o explotaba, ella contaba con que el poder estaba tomando debida nota de esto. Era una mujer de carácter y eso se vería reflejado en todas sus acciones, profesionales o personales, su hogar era llevado con mano firme aunque amable, sabía lo que quería y cual era la dirección en que su vida debía ir, no toleraba la mentira en ninguna de sus formas, tampoco el desorden al que consideraba la madre del retraso, el cuerpo y la mente deben transitar por caminos despejados para ver con claridad el destino final del pensamiento y la razón. Emilio carecía de tal virtud, era desordenado, pero como contrapartida era el ser mas bueno y amoroso con el que se cruzó en la vida, lo amaba de todas las maneras posibles, era generoso, conciliador, culto, amable y amoroso.
Conoció a Emilio de la mano de su hermano Pablo en ocasión de un baile de carnavales en el Club Estudiantes de La Plata, su hermano y él eran compañeros en la facultad de Agronomía, Martha no ingresaría a la carrera de Filosofía y Letras sino hasta el año siguiente, pero el clima universitario de su entorno estaba poseyéndola en su manera de entender los acontecimientos, le gustaba, se sentía mayor, evolucionada, reflexiva… en definitiva se estaba despidiendo de la niña que había en ella. El amor le llegó de la mano de Emilio a las diecisiete años y la acompañó hasta el final de los tiempos. Se casaron en el registro civil de la calle 1 y 60 de La Plata el 22 de octubre de 1945, quiso la azar que lo hicieran el mismo día en que lo hicieron Perón y Evita en la ciudad de Junín, aunque esto no significara nada especial para ellos ya que no participaban aún de la vida política del país. Vivieron en la calle 62 entre 2 y 3 en una modesta casa con dos habitaciones previendo que en un futuro no muy lejano les sería necesario esa segunda habitación para cuando llegara la descendencia, un bonito comedor con una mesa y ocho sillas reservado para visitas o reuniones familiares, una cocina comedor amplia donde transcurrían sus días, un baño de proporciones y un galería coronada de macetas con plantas floridas, también un bonito fondo al que solo utilizaban para secar la ropa al sol y disfrutar de la lectura al cobijo de la sombra de dos frutales en sus reposeras de lona, el concepto de aprovechamiento y disfrute de un espacio verde tal como hoy lo concebimos no estaba en el imaginario de ellos ni en el de la mayoría de la gente, lo acostumbrado era tener una huerta y un gallinero al fondo en el mejor de los casos, ellos se inclinaron por disfrutar solo de un prolijo pastizal que mantenían a raya con una cortadora de césped de tracción a sangre, no había otro recurso, salvo el de la guadaña pero había que ser hábil para su uso y no era el caso de Emilio, en el fondo habían sido plantados muchos años atrás un limonero y un naranjero que jamás dio frutos comestibles por su extremo amargor, pero Martha había heredado una receta familiar para preparar en exquisito dulce de naranjas que se hacía poniendo las cáscaras de la fruta cortada en gajos atadas entre si con hilo de coser y puestas a secar al sol unos días hasta que lograra la consistencia y sequedad de un cartón, luego se las sumergía en almíbar por el lapso de un mes en grandes frascos de vidrio y sellados con parafina derretida que una vez solidificada funcionaba a modo de tapa hermética para que no entrara el aire y no fermentara, de esa manera tendría dulce de naranjas disponible para untar las tostadas del desayuno hasta la temporada siguiente.
Mientras no se diera la tan deseada llegada del hijo Martha decidió utilizar el segundo dormitorio como lugar de estudio, también Emilio compartía esa suerte de sala destinada al silencio y la concentración con su escritorio de roble donde preparaba su posgrado en Evaluación de Recursos Forrajeros con especialización en Sistemas Pastoriles, no es que no hubiera lugar en la casa pero quería estar cerca de ella, sentir su respiración al menos. Esos años fueron de armonía y bienestar, La Plata ofrece acceso a todo lo que cualquier ciudad pretensiosa puede aspirar, con el agregado de la paz que brinda vivir en cualquiera de sus innumerables barrios de casas bajas, calles con bulevares plagados de tilos que regalan espléndidas sombras mitigando el calor y el sonido de automóviles, micros y tranvías reemplazándolo por el sonido de las hojas que ofrecen obstinada resistencia al viento en primavera y verano sin olvidar el trinar de pájaros de la mas variadas especies. En otoño e invierno el crepitar de sus hojas muertas al caminar sus veredas invitan a la poesía, al sosiego, a la introspección y al deseo del regreso al refugio del hogar. Invariablemente y cada seis cuadras de distancia de sur a norte y de este a oeste se aparecen ostentosas ante nuestra mirada enormes plazas colmadas de naturaleza, lo que hace de esta ciudad un páramo donde la vida se hace placentera; dejando de lado la zona comercial e institucional la paz de la ciudad se mete dentro de sus ocasionales ocupantes y los modifica para bien. Quien posea un trozo de esta ciudad en sus venas y se mude a lugar lejano llevará consigo rastros de esa paz y de ese equilibrio entre hombre y naturaleza.

Emilio y Martha fueron parte de esa magia hasta que sendas oportunidades laborales llegaron desde Buenos Aires, en el caso de Martha ya recibida de Socióloga tomó cátedras rentadas en dos colegios secundarios, uno en el barrio de San Cristóbal y otro en el barrio de Flores para dar clases de Filosofía. Emilio por su parte ingresó con cargo de funcionario de mediano escalafón en la secretaría de Agricultura y Ganadería, dependiente en ese entonces del Ministerio de Economía.
Alquilaron una antigua casa en Floresta norte, un apacible barrio de la capital, que en ese entonces tenía características similares a su antiguo lugar en La Plata, calles amplias, frondosa y abundante arboleda, una plaza a dos cuadras de su vivienda y algunas líneas de colectivos que los acercaban a sus destinos laborales, lo único que estaba ausente era el tranvía. Emilio hizo carrera en el ministerio hasta que lo alcanzó la jubilación, pero Martha mutó, estudió periodismo y se desarrolló dentro de la actividad hasta adquirir cierta jerarquía, ella también se terminó jubilando mucho tiempo después mientras disfrutaba de sus logros y de un merecido reconocimiento, se jubiló estando en la cúspide de su esplendor, lejos de apesadumbrarse se alegró de disponer de tiempo para retomar viejos hábitos y emprender proyectos postergados. En cambio Emilio se sintió perdido y padeció la ausencia de sus compañeros de trabajo, las preocupaciones, madrugar, almorzar en el breve y acotado espacio de tiempo del que disponía en la taberna vasca de la vuelta del ministerio, incluso el hábito de viajar en colectivo para ir y volver al trabajo lo sintió como una amputación, ese breve espacio de tiempo que tardaba en ir y volver lo usaba para observar el mundo por la ventanilla y tomar notas de lo que le pareciera notorio, los fines de semana las leía con avidez e intentaba construir una suerte de pequeñas obras literarias, ya sean poemas o cuentos cortos donde tejía pequeñas historias imaginarias desde esos apuntes casi fotográficos.
En la mitad de sus vidas nació Daniel, el embarazo los tomó por sorpresa pues hacía unos años ya habían resignado toda esperanza, Martha acariciaba los treinta y cinco años y Emilio dos años mas. Como a cualquier mortal un niño en la familia colma de felicidad pero modifica hábitos y proyectos. Emilio amplió su horario de trabajo haciendo todas las horas extras posibles para hacerle frente al incremento de los gastos con holgura, en cambio Martha negoció trabajar mas desde su casa y solo concurría al diario dos veces por semana para entregar sus editoriales, salvo que la vorágine o la gravedad de los acontecimientos requiriera incrementar su presencia en la oficina. Eso incluía reuniones con los jerarcas de Noticias del Mundo para definir la línea editorial del día, además de sentarse frente a la Olivetti para luego presentar el escrito al jefe editor para su corrección o aprobación final.
Daniel creció dentro de un medio intelectual mas elevado que la media de sus pares dada las conversaciones en que en especial su madre lo invitaba a participar, Martha y su visión filosófica del mundo y de los sucesos enriquecieron desde pequeño a Daniel y que como era de esperar construyeron los cimientos de su personalidad analítica casi despojada de cualquier connotación emocional, aunque es justo decir que Emilio percibió la carencia y a su manera se encargó de mostrarle que la vida también era rica en otras cuestiones, la compasión, la percepción del otro, la generosidad, la aceptación de otros puntos de vista no tan racionales, había seres que resolvían las cosas desde otro lugar, no todos tenían los privilegios de los que el gozaba, pero eso no significaba que los desprovistos de ese regalo no pudieran justificar sus ideas con la misma fuerza, certeza y convicción, eran miradas diferentes de mismas circunstancias y el debía respetarlas.
Para sorpresa de Martha y agrado de Emilio, Daniel decidió su vocación y se entregó de lleno al estudio de la medicina. Fruto de la fusión de la visión dispar de sus padres sobre las cuestiones de la vida fue que Daniel construyó el deseo y tomó la decisión que marcaría su camino. No es que Martha se sintiera defraudada, no, es solo que no había imaginado ni deseado ver a su hijo expuesto a tanto dolor ajeno, pero se lo guardó para si y no hizo otra cosa mas que alentar y respetar con todo el corazón su decisión .
Emilio y Pablo, hermano de Martha acostumbraban jugar ajedrez, los sábados después de la siesta se encontraban en casa de uno u otro y se enfrentaban en heroicas batallas sobre el tablero hasta que la noche los tomaba por sorpresa, es que el deporte de los reyes les resultaba fascinante porque además de requerir destreza mental debían fundamentar esa destreza con estrategias y tácticas. Alberto, hijo de Pablo quien solo por disfrutar como todo niño de la compañía de su padre y de su tío fue que acabó conociendo al dedillo el juego ciencia a fuerza de participar como espectador silencioso pero atento de partidas y mas partidas. Atento a esto Emilio tomó por hábito regalarle los días de su cumpleaños un libro de alguno de los grandes maestros del ajedrez con jugadas magistrales explicadas al detalle, y fue así como el ajedrez terminó siendo el nexo de unión entre ellos, cuando se enfrentaban no eran parientes ni contrincantes, eran amigos, sin que la diferencia de edad tuviera relevancia, el juego los nivelaba, pero lo mas curioso resultaba ser que ninguno deseaba que el otro perdiese y ante un error evidente se corregían sonrisa cómplice mediante, lo que hacía que las partidas resultaran interminables pero llenas de aprendizaje. Esa manera de jugar se replicará en la forma en que se relacionarían de por vida, en sus nutridas conversaciones no solo se escuchaban, ambos estaban atentos y dispuestos a ofrecer otra mirada con la intención de evidenciar lo que pudiera ser un error, nunca sentían esto como una intromisión, era su manera de quererse, de cuidarse y de crecer, Alberto era para Emilio tan hijo como Daniel.
Una mañana Martha que estaba sentada en la mesa de la cocina hojeando la revista dominical del diario se sorprendió al ver a Emilio vestido con pantalón pijama, pantuflas, saco y corbata, leste e pidió que le preparara el desayuno porque no podía encontrar el sachet de leche por ningún lado; alarmada pero bajo control le dijo:
-¿Te fijaste en la heladera?,
-claro dijo Emilio, claro.
-¿adonde vas tan elegante?
- tengo reunión con mi jefe, creo que tengo que estar a las diez, me voy a fijar en la agenda,.
-¿Qué agenda, qué jefe Emilio, de qué jefe me estás hablando?, estás jubilado.
Emilio la miró y le preguntó:
-¿qué día es hoy?
-Domingo querido, todo el día.

Cerró la puerta de la heladera y se volvió a acostar hasta que Martha lo despertó al mediodía para el almuerzo, le había preparado pollo relleno al horno con papas y batatas, su plato preferido. Se sentó en es su silla, miró el plato, asió los cubiertos de manera invertida como si fuera surdo, pincho la presa e intentó cortarla sin éxito, acto seguido dejó los cubiertos sobre el mantel y tomó el pedazo de pollo con la mano y comenzó a devorarlo.
-¿qué estás haciendo Emilio? gritó Martha
-¿pero que manera de comer es esa?
Emilio la miró desorientado y dejó la comida en el plato, no entendía porque le había gritado.
-¡que hice, que hice, por qué me gritas, que hice?
-Estás comiendo con la mano Emilio, te desconozco.
Martha no dejó pasar por alto el acontecimiento y lo llamó a Daniel quien atribuyó la desconexión a un posible pico de stress que seguramente pudo haberle provocado cierto grado de confusión y de ausencia temporal, de todas formas le pidió a su madre que lo mantuviera al tanto si presentaba algún nuevo episodio. El hecho es que estas situaciones aunque de manera aislada se repitieron , olvidaba donde guardaba sus cosas y otras veces las encontraba en lugares ilógicos. Preguntaba una y otra vez sobre cuestiones triviales como si fueran de vida o muerte, quería entender pero no podía, le costaba organizar los pensamientos. En cierta ocasión se cruzó a comprar el diario al canillita y no supo regresar, lo trajo de vuelta un vecino que se apiado de su estado de confusión.
-Me perdí Teresa le dijo a Martha, no sé que me pasó, estás enojada conmigo?
-Pensá Emilio, no, no estoy enojada, estoy preocupada, ¿adonde fuiste?
-A comprar el pan Tere.
-No soy Teresa, mirame bien, ¿quién soy?
-No sé, si Martha, sos Martha dijo golpeándose la cabeza con la palma de la mano.
Daniel y Alberto incrementaron las visitas y Emilio disfrutaba de verlos, pero les terminaba recriminando que no vinieran mas seguido de visita.
-pero si vine ayer tío
-ayer no estuve en casa, fui al cine con Teresa
-¿con Teresa?, ¿qué Teresa? preguntó Daniel con una carcajada
- tu madre hijo, acaso ves otra Teresa en casa?
-si veo a Teresa, la señora de la limpieza
-Teresa es tu madre, si te escucha decir que ella es la mucama te mata.
Emilio rio a carcajadas y los muchachos también, Martha que escuchaba la conversación de la cocina no sabía si reír o llorar.

Daniel y Emilio fueron a la consulta con un neurólogo, luego de un largo interrogatorio el doctor pidió una batería de estudios para tener certezas. Cuando hubieron reunido los análisis de sangre, resonancia y tomografía Martha y Daniel volvieron pero en esta ocasión en ausencia de Emilio, el neurólogo tenía la convicción de que su paciente sufría del mal de Alzheimer y si bien el grado de deterioro no estaba aún muy avanzado el progreso de la enfermedad sería irreversible, día a día iría perdiendo habilidades motoras y cognitivas. Sugirió que en la medida de lo soportable lo mantengan viviendo en el seno del hogar, pero les advirtió que inevitablemente la evolución de la enfermedad haría que la convivencia fuera insoportable. Llegado ese momento aconsejaba por el bien de todos su internación en un hogar al cuidado de gente idónea en estas cuestiones.
Emilio tuvo fuertes recaídas, por momentos le costaba articular frases, no encontraba las palabras adecuadas para expresarse, no podía concentrarse especialmente en conceptos abstractos como los números, y mucho menos imaginar estrategias para jugar una partida de ajedrez, no llegaba a formular conclusiones y mucho menos construir opiniones razonables en situaciones cotidianas, tomaba malas decisiones, tenía actitudes impropias en interacciones sociales, elegía ropa inadecuada para el clima, hasta llegó a olvidar cómo se realizaban tareas básicas como el vestirse y bañarse.
El momento en que Martha y Daniel decidieron su internación llegó cuando Emilio comenzó a observar cambios en la personalidad y en la conducta, se deprimía con frecuencia, se aislaba, se irritaba sin motivo aparente y respondía con agresividad, desconfiaba de su entorno familiar, si no encontraba lo que buscaba sospechaba que su mujer se lo había escondido solo para molestarlo. Lo que desencadenó su internación en un hogar fue el cambio en los patrones del sueño, se despertaba a medianoche y ya no volvía a dormir hasta el mediodía, lo que inevitablemente obligaba a Martha a levantarse junto a Emilio para no dejarlo solo por miedo a que provoque un accidente, días atrás había dejado abierta la hornalla de la cocina y solo de pura casualidad Martha se levantó para ir al baño cuando sintió el alarmante olor a gas mientras Emilio miraba la televisión en el comedor. Soportó solo una semana haciendo esa vida hasta que decidió que ya era suficiente, ella seguía trabajando para el diario y no podía mantenerse concentrada por falta de descanso, sin contar el stress que le provocaba esta forma de locura cruel, ver desmoronarse a su compañero de toda la vida era por momentos insoportable, al punto que la tristeza empezó a socavar su propio deseo de vivir. Pero no se podía dar ese lujo, debía mantenerse en pie para no abandonarlo en esa oscura nebulosa en la que solo no podría sobrevivir. En contraste Emilio no sufría pues estaba en ausencia de toda conciencia de padecimiento, en todo caso el problema eran los demás, no él.

Pocos días después de idas y vueltas y como resultado de intensas averiguaciones creyó haber encontrado el lugar mas apropiado para internar a Emilio, era un hogar de ancianos llamado “John Wesley” regenteado por gente de la Iglesia Metodista y ubicado en la localidad de Santos Lugares, una casona de estilo victoriano con un hermoso parque y que permite y alienta la internación del conyugue junto al internado en habitación compartida o separada. Esto fue determinante en la decisión mas allá de haber evaluado cuestiones como cuidados médicos, trato con los internados, actividades recreativas, limpieza y alimentación adecuada y ajustada al cuadro de cada abuelo o abuela.
Daniel quien desde un principio se opuso al no aceptar que la enfermedad de su padre condenara a Martha a vivir un ocaso prematuro terminó entendiendo que la decisión de su madre era coherente con su historia y con la de su padre quien seguramente hubiera actuado de igual manera, estaban juntos desde hacía casi sesenta años, habían crecido juntos y juntos habían construido una vida, no había mas que discutir, juntos se mantendrían hasta que alguno de ellos falleciera. Poder entenderlo desde el corazón fue para Daniel una clara señal de crecimiento espiritual, se sintió parte del universo, de ese territorio intangible de la vida que le está vedado a muchas personas obsesionadas solo con su crecimiento personal y del disfrute de esos logros, que carente de toda subjetividad condena al egoísmo y a la soledad.
No hay amor sin altruismo y viceversa. Martha y Emilio vivieron todo lo felices que la enfermedad les permitió, Emilio olvidó para siempre el nombre de Martha y la confundía con Teresa, su vieja mucama, aunque en esporádicas ventanas de lucidez la reconocía y se le humedecían los ojos como entendiéndolo todo; a Daniel quien lo creía viviendo en los Estados Unidos hacía unos años lo confundía con Guillermo, compañero de estudios de su hijo; a Pablo su viejo amigo y cuñado le asignó dentro de su cabecita loca el caprichoso papel de jardinero de la casa y confidente, con él seguía manteniendo dentro de sus posibilidades el mismo tenor de conversación de los años en salud, y en momentos en que Emilio estaba perdido Pablo se limitaba a leerle cuentos o historias que él escuchaba con atención. Misteriosamente Alberto siguió siendo Alberto, solo que ya no jugaban al ajedrez ni se hablaba del tema, Emilio había borrado por completo ese capítulo, pero hábilmente su sobrino descubrió a fuerza de observación y tesón que sí estaba capacitado para cantar algunas canciones que su tío recordaba a la perfección, y hasta se dieron el gusto de bailar algunos tangos, en esas ocasiones Martha participaba animadamente de la fiesta. Siempre se encuentran momentos felices, hasta en la mas oscura de las tinieblas pueden encontrarse destellos de felicidad, buscarlos es una cuestión de actitud.




-Emilio, mirá lo que encontré.
-¡Mi Longines de plata!, exclamó ¿adonde estaba Marthita?

Ese mismo día se acercó a San Antonio, lo acarició y le dijo
-Gracias, cumpliste.

Emilio y Martha vivían en Santos Lugares en una antigua y amplia casa de estilo victoriano, emplazada en un terreno de importantes dimensiones, tenían un parque con un gran estanque habitado por un vergel de peces rojos y una infinidad de sus mutaciones. Dando marco a esta explosión de vida cohabitaban los peces junto a una gran variedad de plantas acuáticas. Como si fuera posible embellecer aún mas el pequeño lago un puente curvo de madera lo cruzaba de lado a lado coronando la vista que solo se detendría ante el pequeño bosque de pinos, acacias y robles ubicados en el fondo del terreno, y que impedía ver la propiedad lindera, lo que provocaba la exquisita sensación de estar inmerso en un delicado remanso de la naturaleza. Emilio contaba con la compañía de Teresa su mucama, de Alberto quien tenía a su cargo el mantenimiento de la casona y de don Pablo, su jardinero y amigo, con quien mantenía extensas conversaciones, tenían por costumbre sentarse en el banco que estaba al cobijo de los árboles del fondo. Una o dos veces por semana venía Guillermo a visitarlo, era médico y se había graduado en la misma camada en que se había recibido su hijo, quien hacía dos años estaba haciendo un master en el Mont Sinai Hospital de Chicago. Daniel era su único hijo y la partida lo sumió en la tristeza hasta que un día decidió sobreponerse, por las tardes salía a caminar con Guillermo por el barrio y casi siempre terminaba su rutina con una parada en el barcito de la esquina de su casa donde tomaba su café negro de costumbre y mientras pegaba una ojeada a su matutino preferido, que a estas horas del día tenía las noticias desactualizadas dado el vértigo de los acontecimientos, pero a el le daba igual…
FIN


Ricardo Cohen, mayo de 2020.

Texto agregado el 15-05-2020, y leído por 62 visitantes. (1 voto)


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