Juan era un hombre de 57 años y vivía en un pequeño pueblo llamado real en las afueras de posadas, misiones. De profesión se decía que era abogado, pero nunca ejerció o mas bien, hacia tanto que no ejercía que era como si nunca hubiera trabajado de su profesión.
Hacia varios años que su oficio era y así lo llamaban “el inventor de historias”. Él recuerda que había empezado con esta profesión, si es que existe tal profesión, cuando venían sus sobrinos a pasar unos días a su casa. En esos momentos y como parte de un juego interno, les pedía que antes de acostarse le dijeran de que querían que les contara un cuento. Así pudo conocer los miedos, los sueños, los anhelos y sobre todo que era lo que les estaba pasando en esos momentos por sus vidas. Entonces pudo contarles una historia de una jugadora de hockey que no era tenida en cuenta por su entrenadora, pero debido a su temple, pudo triunfar. También recuerda el cuento de un chico que le tenia miedo a los fantasmas y se hacia pis en la cama, pero que al disfrazar a los fantasmas hacia que los fantasmas huyeran y así poder dormir tranquilo y seco.
Su fama era cada vez mayor que en los cumpleaños de sus sobrinos empezaron a pedirles cuentos inventados. Los mismos amiguitos de sus sobrinos venían con un listado de historias para que él las transforme en historias. Así pudo transformar una tortuga lenta, en un corre camino o también la historia de amor entre un delfín y su cuidador o la historia del perro que jugaba por los pasillos del cielo, ladrándole a Dios para que le abra la puerta y salir a hacer pis.
Con el correr de los años, Juan, era contratado para los cumpleaños infantiles como también despedidas de soltero. Él inventaba todo tipo de historias, para todos los gustos, para todas las edades. No había historia que le pidieran que no tuviera éxito, no había historia que no pudiera inventar.
Fue tal su fama, su éxito, que en el año 1999 cuando su nombre cambio, nunca más fue Juan. La gente del pueblo lo bautizaron como el inventor de historias y todos lo conocían por ese nombre.
Incluso en 2002 lo nombraron ciudadano ilustre de su pueblo y le hicieron un homenaje en el diario local cuyo título fue “Juan, el inventor de historias, el hombre que ayuda a soñar con una vida posible”. Ese diario aun hoy, lo tiene enmarcado en la pared de su cuarto.
A partir de tal evento, el teatro local le dio un lugar para que siguiera inventando historias. Incluso venían de pueblos vecinos para verlo y transformar sus sueños en cuentos. Con el tiempo él improvisaba y solo inventaba historias con algunas palabras. A veces, si el momento lo ameritaba, les pedía una idea, un sueño, como hacia con sus sobrinos y los hacia volar con su imaginación. Su sueño, se transformaba en real a través de su historia. Juan le ponía tanta emoción, se compenetraba tanto en esa historia que parecía que fuera vivida por él y la contaba de tal manera que todos quedaban boquiabiertos como protagonistas de cada una de las historias. Hacia que esas historias fueran de cada uno. Y aunque tuvo muchas propuestas, él nunca quiso hacer gira, siempre se quedo en su pueblo. Para verlo, había que ir hasta allá.
Juan, hoy, sigue contando las historias de otros. Sigue poniéndole emoción a esas historias inventadas. Juan, nunca pudo contar su propia historia. Juan, nunca pudo vivir su historia.
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