Construyendo la graciosa normalidad
la crudeza escondida golpea violenta.
Tejida en la sostenida habitualidad,
al amparo de la sombra se acrecienta.


Una casa junto a otra al igual que nichos,
anónimas tumbas en grises cementerios.
Hacinamiento para despreciables bichos
en trampas improvisadas de santuarios.


Retazos de maderas y latas sobrantes
que compiten públicos suelos y vistas.
Lucha de espacios para ganar metros,
para construir el pobre sueño de vida.


Un roído sillón en la acera instalado
para demarcar el dominio y la velada.
Compañero tibio de la siesta del día,
reposo del ocio y la cerveza helada.


Polvo apisonado que se hizo barro duro,
y bajo las pisadas sendero del sustento.
Pasos incansables de hormigas obreras
dejando sus nidos en busca de alimento.


Vastas extensiones de tierra seca
sembradas de infértiles desechos,
le han robado el verde a los ojos
y el aroma silvestre por derecho.


Habitando una que otra casucha
uno de los pobres entre los pobres,
se distingue débilmente en la basura.
Un trozo de reja de alambre oxidado
defensa débil aparentando espesura.


No quiero ver más campos devastados,
paisajes malolientes, miradas que vomitan.
Atestadas con desperdicios sembrados,
olor a sepultura, a flores que se marchitan.


No quiero escuchar más los aullidos
de la pobreza salvaje que nunca calla.
Pobreza que se exhibe y no se esconde,
que escupe la injusticia, que no se acaba.


Pesadilla oscura de un oscuro futuro.
Golpe violento que atrapa los latidos.
Muerte en un instante a la esperanza,
en este aburguesado corazón dormido,
que no quiere saber ya de añoranzas.


Construyendo la graciosa normalidad
la crudeza escondida golpea violenta.
Tejida en la sostenida habitualidad,
al amparo de la sombra se acrecienta.