Me levanté a las tres y media de la mañana. Me bañé más rápido que de costumbre. Me vestí a la carrera. Enseguida preparé café y cuando estuvo listo me lo tomé lo más caliente que pude, lo preparé bien cargado, solo de esa manera quedaba satisfecho porque me gustaba sentir la esencia pura del café colombiano. A esa hora en Cali hace un poco de frío, pero esta madrugada hacía más porque estaba lloviendo también. Me puse una chaqueta impermeable de doble faz y salí rápido de la casa. Mi hermano ni se percató de la hora en que salí, después que se dormía le costaba despertarse, tenía el sueño muy profundo y solo lograba hacerlo cuando sonaba la alarma del reloj a las cinco de la mañana. Llegué a la avenida de los cerros y a diferencia de otras oportunidades, no bajé por la treinta y nueve, ni la cuarenta, sino por la cuarenta y uno. A esa hora no se veía a nadie, lástima que debía ir a hacer la diligencia del pasado judicial, de lo contrario me hubiese dado por caminar hasta que se despejen las sombras de la noche. Los vehículos pasaban raudos, había poco tráfico en las vías.
Yo iba con paso firme hacia la quinta, faltaban cuatro cuadras para que llegara a esa calle tan emblemática de la sucursal del cielo y que para muchos compositores fuera motivo de inspiración “por la quinta van pasando”. Como quería llegar pronto, aceleré el paso. Yo caminaba por las calles del Lido, un barrio estrato cinco, los habitantes de este sector se quejaban mucho de la gente de siloe y los señalaban como los responsables de todos los atracos que se realizaban por ahí. Parecía que en el fondo de su corazón los odiaban y los miraban siempre con desconfianza, solo por el hecho de ser pobres y vivir en esa loma. Ladrones hay en todas partes y los que más daño le hacen a la sociedad son esos que tras un disfraz de senadores, Alcaldes y Gobernadores se roban millones de millones de pesos y nunca les hacen nada. Cuando no decían que eran ladrones, decían que eran guerrilleros y deseaban que las fuerzas armadas acabaran con esa plaga. La verdadera plaga estaba en el congreso y estos borregos no se daban cuenta de eso.
Para mí no eran ni lo uno ni lo otro. Eran víctimas de un estado que al rico le daba más y al pobre ni mierda. Las verdaderas revoluciones se hacen en la consciencia y estaba bien claro que el Presidente y el congreso la tenían bien negra y la única posibilidad que veía la guerrilla era cambiar el estado a tiros, bombas y terrorismo. Los narcos también creían que al estado había que desestabilizarlo a través del terrorismo y tenían como hacerlo, no solo por el dinero que poseían sino también porque tenían muchos adeptos listos a arriesgar la vida si el patrón así lo había decidido. Muchos policías murieron porque los gatilleros no tenían compasión con nadie y a cualquiera que anduviese de verde le daban plomo por ganarse ese millón de pesos que pagaba el patrón. En el poco tiempo que yo llevaba viviendo en esa loma vi gente muy trabajadora que desde temprano salían a buscar el sustento para su mujer e hijos. En fin, hay de todo en la viña del señor. Yo más bien creo que el ser humano ya viene rotulado antes de nacer y con el paso del tiempo logra potenciar el mal o el bien, dependiendo del rotulo que le ha tocado y muchas veces cada cual tiene que defenderse para no perecer en un mundo de bandidos. Ya lo decía Thomás Hobbes “el hombre es un lobo para el hombre”.
Me faltaban solo dos cuadras para llegar a la quinta y de repente sale un tipo que estaba escondido entre unos tubos de cemento que serían utilizados para cambiar la tubería del alcantarillado pues estaba en mal estado. Lo veo venir con paso largo y con mucha decisión hacía mí y cuando estaba muy cerca me gritó:
-Detente gran hijueputa antes que te encienda a punta de bala
Yo me detuve lleno de miedo y le rogué que no disparara. El tipo llegó donde lo esperaba y me pidió que le entregara todo lo que llevaba encima incluida también la chaqueta. Lo quedé mirando fijamente, pues no me iba a dejar vencer por el miedo y con voz firme le contesté:
-Yo no tengo sino veinte mil pesos y el reloj.
El ladrón se acercó más y amenazó con dispararme. En ese instante solo pensé en Perla y al pensar en ella sentí como si ella me diera el coraje que necesitaba en ese momento para resolver la situación a mi favor. El tipo volvió a exigirme que le diera mi billetera y en un tono despectivo me dijo:
-Muévase huevón que ya estoy perdiendo la paciencia
Si la pierde me importa un culo- le dije
Sin temblarle la mano accionó el gatillo pero la pistola se encascaró. Dios estuvo de mi parte en ese instante, pero no lo iba a estar mucho tiempo si no actuaba con rapidez. Yo no era un asesino, mi única arma era un lapicero metálico bañado en oro que me había regalado mi padre el día de mi grado como profesional en acto realizado en el paraninfo de la Universidad de Nariño. Saqué el lapicero de uno de los bolsillos traseros de mi pantalón y se lo clavé con toda mi fuerza en el pecho. El ladrón grito de dolor y se desplomó sobre una zona verde. Al caer soltó la pistola, yo le di una patada y la alejé del ladrón. Enseguida le di una patada con toda mi fuerza en plena cara. Como no quería dejar ninguna evidencia le desenterré el lapicero del pecho y me dije a mi mismo:
-Ahora lo único que falta es que Drácula resucite y me vuelva atacar.
Saqué un pañuelo y limpié el lapicero, metros más adelante arrojé el pañuelo en un charco que más parecía un cráter que otra cosa y me alejé lo más rápido que pude de aquel lugar. Pronto llegué a la quinta y no me detuve pues seguí hacia la sexta, séptima, octava y cuando estuve en la autopista suroriental cogí un taxi y le dije al conductor que me llevara hasta la flora, a las oficinas donde expiden el pasado judicial. A esas horas no había congestión vehicular y llegamos pronto al lugar señalado. Cancelé el valor del servicio y me ubiqué tras del ultimo señor que estaba haciendo la fila, ya habían más de treinta personas antes de mí.
Abrieron a las once de la mañana las oficinas y a todos los de la fila nos dieron una ficha, apenas recibí la mía me fui al baño porque estaba que me orinaba y no era del miedo sino porque había tomado mucho café. Después de orinar sentí un gran alivio pues llegué a pensar que me orinaría en los pantalones. Luego me senté en la sala de espera a que me llamaran. En ese momento volví a pensar en el ladrón, no sabía aun si lo había matado o alguien aviso a la policía y lo llevaron pronto al hospital y los médicos lograron salvarle la vida, aunque era mejor que lo dejaran morir pues estos tipos son desechables y no merecen vivir. Era él o era yo. Lo único que hice fue defenderme, cualquiera habría hecho lo mismo y no se dejaría matar teniendo la oportunidad de matar primero al agresor. Hasta ese momento la suerte estaba de mi parte, claro que tuve que ayudarme, porque si no aprovecho esa circunstancia ya sería un cadáver y lo peor sin haberle hecho mal a nadie.
Ante el enemigo uno no debe debilitarse porque el enemigo se hace más fuerte. Mi mente era un hervidero de ideas, unas llegaban otras se iban. Yo era un hombre de versos y de libros pero eso no quería decir que no pudiera defenderme. No estaba justificando el crimen ni cosa por el estilo. No sentí ningún remordimiento de consciencia, no estaba nervioso ni mucho menos arrepentido. Lo hecho ya estaba hecho y pretender desandar el camino y el tiempo era imposible. Más tarde me enteraría del desenlace a través de la televisión, radio y prensa. Yo estaba seguro que ese hombre debió morir al ratico pues le clave el lapicero con tanta fuerza que debió llegar rápido al infierno y allá debe estar expiando sus culpas y yo oteando ese hermoso cielo caleño.
Sería como las diez de la mañana cuando en la pantalla salió el turno que me correspondía. Yo seguí a la oficina del funcionario quien después de verificar mis antecedentes judiciales y hacerme firmar unos papeles me dijo que todo estaba listo y que solo me correspondía volver en cinco días al mismo lugar a reclamar el documento. Pagué cincuenta mil pesos y me devolvieron diez de vuelta. No salí derechito a esperar el bus, empecé a caminar sin rumbo y después de una hora estaba en Menga, un barrio deprimido donde la mayoría de casitas estaban en obra negra, al verlas en ese estado no fue difícil imaginar quiénes las habitaban. Como había llovido muy duro mis zapatos estaban muy embarrados, de tal manera que decidí limpiarlos en uno de los tantos charcos que había en aquel lugar porque así como estaban no me dejarían subir al bus. Por ahí quedaba el parqueadero de la empresa de buses blanco y negro. Al rato vi venir un blanco y negro ruta dos y me subí sin vacilar, a la hora y media estaba de nuevo en la nave.
Tan pronto llegué me dirigí al restaurante pues tenía mucha hambre y un muerto en la consciencia, pero eso no me iba impedir almorzar con mucho apetito, al punto que pedí un poco más de sopa. Andrea se alegró mucho al verme y enseguida me dijo:
-Pensé que no vendrías papi, pues siempre vienes a las doce pasaditas.
-Andaba sacando el pasado judicial- le dije
El almuerzo estuvo muy rico, ese día habían hecho sopa de torrejas, esa sopa me gusta mucho, mi madre la preparaba en mi casa y me lamía hasta los dedos, además de arroz, frijoles, tajadas, pollo asado, ensalada y jugo de mango y para rematar postre de leche. Después de almorzar me quedé otro rato en el restaurante aprovechando que solo había tres comensales. Al rato entró una vieja nalgona con una blusa escotada y chanclas. La vieja se veía muy vulgar en el vestir. Se sentó al lado de Andrea y sin ningún reparo le dijo:
-Como te parece que encontraron un muerto por aquí cerca
Yo me quedé muy tranquilo, al menos ya sabía que el tipejo se había muerto, no de una puñalada sino de un plumazo.
Andrea la quedó mirando y luego le respondió:
-Ojalá y no haya sido alguno de mis clientes, se sabe quién es?
La gorda respondió:
-Sí, un tipo que vivía por los Chorros y que tenía azotada a la gente del Lido y Tequendama por los constantes atracos
Andrea se sonrió, se le iluminaron los ojos de alegría y luego fantaseó:
-Ojalá pudiera algún día conocer al tipo que nos libró de esa basura
-Ella no sabía que yo era el asesino, ese que lee y escribe versos y cuentos de amor y desamor, ese que tiene carita de yo no fui y que a nadie inspira miedo. Ese a quien tan solo unas horas le dieron el pasado judicial porque no ha matado ni una mosca. Pagué el valor del almuerzo, me despedí de Andrea y me fui a la casa. Antes de llegar llamé a Perla y le informé que ya había hecho la diligencia del pasaporte y que en cinco días me lo entregarían. Ella se puso muy contenta y prometió ir a mi casa más tarde. Apenas llegué lavé con bastante jabón el lapicero, hasta le eché clorox para borrar cualquier rastro de sangre que pudo quedar. Lo ideal hubiese sido deshacerme de la pluma, pero con esa pluma yo estaba escribiendo esta historia y no la iba a botar por un temor que estaba lejos de sentir. Mi chaqueta y mi pantalón los empaqué en una bolsa negra y los fui a dejar al contenedor de basura. El crimen debe ser perfecto para que nadie sepa quién lo hizo y para qué van a investigar un crimen de esos, antes deberían agradecerle a quién tuvo el valor de mandar para el infierno a un asesino. Enseguida me acosté a recuperar el sueño que había perdido en la madrugada.
Prendí la grabadora y empecé a escuchar música, en esta oportunidad a Francis Cabrel. Antes de las ocho llegó Perla, menos mal que me trajo cena que ella misma había preparado. Cené con gran apetito y luego me cepillé los dientes. Perla estaba pensativa. La noté muy preocupada, no me gustaba verla así porque las preocupaciones y las tristezas opacan la belleza. Pensé que algo pudo haberle ocurrido en el transcurso del día y no quería decírmelo para no preocuparme. Nunca me gusta quedarme con dudas, de tal manera que le pregunte que le pasaba, a lo cual ella respondió:
-Estoy triste Juan José. En la tarde me avisaron que un tío había muerto y eso me tiene mal.
No era para menos, eso pone mal a cualquiera, la abracé fuerte. Era la primera vez que la veía al borde del llanto, pero así es la vida, pasamos de la alegría al dolor más intenso, del cielo al infierno en un minuto. La abracé más fuerte y la exhorté a que se calmara.
-Trato, pero no puedo-me dijo
La muerte a cualquiera le cambia el estado anímico, pues altera la cotidianidad de una forma muy abrupta que toca interrumpir los quehaceres diarios para ir a llorar y luego despedir al muerto. Para demostrar que me sensibilizaba ante aquel acontecimiento le dije:
-Lo siento mi amor, ten fortaleza en este momento difícil, yo lo he vivido en otras ocasiones y sé lo duro que es perder un familiar querido. Yo estoy a tus órdenes no es más que me digas que debo hacer y lo haré de inmediato.
-Acompáñame a la sala de velación- me dijo
No me quedó más remedio que acompañarla. Lo estaban velando en casa de funerales la Ermita
-Cuando tú quieras vamos-le dije
-Ya mismo me respondió
Me vestí rápido porque estaba con bermuda, camiseta y chanclas. Me vestí de negro y unos zapatos mocasines y gafas oscuras. Tan pronto estuve listo bajamos a la avenida de los cerros y nos fuimos en el verde plateada ruta uno a la sala de velación, menos mal no estaba tan lejos de ahí, quedaba por la quinta con veinticuatro. Nos bajamos una cuadra antes y aproveché para comprar un paquete de cigarrillos y una botella de ron para darles un traguito a los dolientes, aunque una botella no alcanzará ni para una ronda, pues deben ser tantos que la sala debe estar llena, eso pensé. Entramos a una de las salas y alcanzamos a rezar un padrenuestro a un muerto ajeno, pues ese no era la sala. Salimos rápido a preguntar en recepción dónde nos correspondía, era en la sala número tres donde estaban velando a Aureliano Rodríguez. No había mucha gente, tal vez no les avisaron pronto y estaban por llegar, si no llegan esa noche mañana seguro acompañaran al sepelio que estaba programado para las tres de la tarde.
Perla me presentó a los dolientes, a quienes di las condolencias así no conociera al muerto. Si fui a ese lugar fu solo acompañar a Perla, el muerto me era indiferente. Una señora de cabello blanco rezó el rosario, a mí se me habían olvidado las oraciones que me enseñaron de chico. Se me olvidaron porque después de leer a Niezsche, Marx y Freud y eso solo para citar algunos de los autores que he leído porque la lista es bien larga y variada además. Cantidad de novelas, libros de poesía, ensayo y cuento. El tiempo siguió su curso. Yo aproveché un receso y salí a los corredores de la funeraria a fumarme un cigarrillo. Al entrar de nuevo a la sala iba a darles un traguito de ron a los familiares de perla y un guarda de seguridad que hacía ronda me dijo:
-Amigo, está prohibido consumir licor en la sala de velación.
Ante aquella advertencia no me quedó más remedio que guardar el licor y sentarme a escuchar rezar. Antes de las doce volvió el mismo guarda y nos dijo que ya era que fuéramos abandonando la sala porque a esa hora se cierra la funeraria y que el muerto debía quedarse solo hasta las ocho de la mañana del siguiente día, que esos eran los reglamentos y que debíamos cumplirlos cuanto antes. Así lo hicimos, nos pasamos al otro lado de la quinta porque íbamos para el sur, menos mal que al instante llegó un taxi y regresamos a siloco. Yo estaba por bajarme pero Perla me dijo que no lo hiciera, que esa noche me podía quedar en su casa.
Así lo hice, no podía dejarla sola en el estado que se encontraba. Seguimos unas cuadras más abajo, al llegar a casa de perla pagué el valor de la carrera. Entramos a la casa y en la sala estaba la madre de perla hecha un mar de lágrimas, al verla así se me espantó el sueño, aproveché el momento para consolarla. Luego fui a la cocina a preparar café, tan pronto estuvo listo les serví. Hablamos un rato sobre la vida y la muerte. Recuerdo que un amigo decía “para morir solo se necesita estar vivo”. Mi amigo tenía la razón y en el acto me acordé de los sucesos de la madrugada por poco muero yo y no estaría aquí llorando muerto ajeno. Seguimos hablando de los designios divinos, del destino y de la casualidad. A las dos de la mañana se fueron ellas a descansar, yo me dormí en el sofá. Me desperté a las siete y de nuevo fui a preparar café y desayuno. Yo desayuné con mucho apetito, mientras desayunaba me acordé de una canción que decía “ese muerto no lo cargó yo, que lo cargué quien lo mató”.
Antes de las ocho se levantó Perla y también su madre. Les serví el desayuno y el café y con eso les demostré que así como escribía cuentos y versos, también era bueno para cocinar, pues si me tocaba hacerlo lo hacía, si me tocaba barrer, barría y matar si tocaba matar. Ellas me agradecieron porque no tenían ganas de nada. La madre aprovechó el momento para elogiar lo rico que estuvo el desayuno y me hizo sonrojar porque enseguida dijo:
-Ese es el yerno que necesito
-Y yo una suegra como usted-le dije para no quedarme atrás.
El entierro sería a las tres de la tarde y yo iría a acompañar a Perla y doña Leonor a darle el último adiós al finado. Quedamos a encontrarnos en la funeraria a la una para rezarle otro rosario a Aureliano, para que se diera cuenta que siempre estuvimos prestos a elevar plegarias por el cuerpo y alma de él. Salí de la casa de perla muy rápido porque tenía mucho sueño, pues en el sofá no pude dormir casi nada, me dormía y al rato me despertaba, mi cuerpo no logró amoldarse al sofá, pues estaba muy duro y además el ruido de la música de unos vecinos de al lado no dejaba conciliar el sueño a todos los habitantes de la cuadra. En Cali es así mientras unos están llorando a un muerto, enseguida están celebrando la llegada de un niño, o los quince de la hija, o el regreso a casa del hijo ausente. En Cali siempre hay un pretexto para la rumba. Al llegar a mi alcoba, me tiré sobre la cama y no tardé en quedar dormido.
Me desperté como a las once y media, después de bañarme y vestirme fui almorzar, ese día Andrea estaba más bonita que los días anteriores. Se había maquillado y mandado arreglar el cabello. Todo parecía que tenía una reunión familiar o qué se yo, o tal vez tan solo quería seducir alguien. Desde que no sea yo todo está bien pues con Perla me sobra y me basta. Yo solo tenía ojos, alma y corazón para ella y si Andrea quería seducirme iba a perder porque la frenaría en seco para que deseche esa idea. Andrea me sirvió el almuerzo, siempre lo hacía una de las meseras, pero esa vez ella me sirvió y como había bastante espacio en mi mesa, se sentó a mi lado a mostrarme las piernas pues con esa minifalda roja tan diminuta imposible no verle esas piernas bronceadas por ese sol caleño que deja sus huellas por toda la geografía vallecaucana. Como la tenía bien cerquita de mí, le dije:
-Hoy estás muy bella, se puede saber el motivo
Ella sonrió y me contestó:
Si, si sí se puede saber. Tú eres el motivo
Yo quedé de una sola pieza, pero ya me había pasado esa idea por la cabeza, pues en mi experiencia adquirida con las mujeres, yo sabía cuándo una mujer quiere algo en asuntos amorosos. Admito que no soy tímido y puedo socializar fácil con mujeres conocidas, incluso desconocidas. En otra circunstancia la habría besado de inmediato, pero yo no quería enredarme con nadie que no fuera Perla. Así que con mucha seguridad le dije:
-Lástima que hayas llegado tarde pues ya tengo quien me quiera
-Eso no importa, el tiempo dirá la última palabra- me contestó
Como debía irme para la funeraria me despedí rápido de Andrea quien se quedó esa vez con los crespos hechos, al despedirnos casi me besa en la boca, no quiso recibirme el dinero del almuerzo, ante esa circunstancia no me quedó más remedio que dejarlo sobre la mesa. Yo no era un vividor, ni mucho menos un prostituto ni un gigoló que se anda vendiendo y exhibiendo por un plato de lentejas.
Esperé el bus sobre un andén de la cuarenta, el bus paso rápido y en media hora llegué a la funeraria que ahora si estaba llena de amigos y familiares del muerto. Perla siempre andaba agarrada de mi brazo y me presentó a unos tíos, unos primos y unos amigos de la universidad. A las dos en punto abordamos el bus, pues ya habían subido el ataúd al coche fúnebre los familiares y de nuevo y sin saber la razón vino a mi memoria esa canción que decía: “ese muerto no lo cargo yo, que lo cargue el que lo mató”. Arrancó el coche fúnebre y tras del coche dos buses y unos motociclistas que eran familiares de Aureliano. El recorrido fue largo y desgastante pues el cementerio del norte quedaba muy lejos y por el tráfico vehicular que a esa hora es muy congestionado. Luego de muchas interrupciones llegamos al campo santo como a las tres y media, el padre encargado de la eucaristía estaba que se iba, a mí me tocó ir a convencerlo que no era culpa nuestra sino de la distancia y del tráfico. Lo primero que pensé es que este curita era uno de esos que solo les interesa el dinero, como casi a todos los curas y pastores. Tuve que darle veinte mil pesos para que celebrara la eucaristía en la capilla del cementerio. Luego vino el momento más doloroso, pues empezó el panteonero con la ayuda de dos empelados más, a bajar el ataúd al hueco, se ayudaron de unas corres muy gruesas, ellos ya saben y ya conocen la rutina. A cuántos no habrán sepultado en toda su vida laboral. A su vez un músico entonaba unas melodías fúnebres que hicieron llorar a más de uno, sobre todo a la madre de Perla, a quien procedí a consolarla. A mí también se me escaparon dos lágrimas, no por el muerto sino por doña Leonor quien lloraba a moco tendido y estaba inconsolable. Entre palada y palada de tierra y en esa lluvia de flores el hueco se rellenó de tierra y el muerto no tardaría en ser alimento de los gusanos y hasta su boca se llenara de tierra. Antes de terminar el ritual un hombre de unos cincuenta años prometió vengar la muerte de Aureliano, lo dijo en público y más que hablar gritaba:
-Esto no se va a quedar así, juro que vengaré la muerte de Aureliano
Sólo entonces se me ocurrió preguntarle a Perla cómo había muerto su tío
-lo mataron ayer- me dijo
Y en dónde lo mataron - le pregunté
-En el Lido a las cuatro de la mañana- me respondió
Yo quedé frío ante su respuesta, pues yo era el asesino.
@Pedro Moreno Mora
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