De otra ciudad me llamó mi hija: vendría a donde vivo pues quería llevarme a tomar un curso especial de un día presentado en la universidad donde ella se había graduado. Ya había pagado por la clase para los dos.
Llegamos al hermoso lugar, la clase estaba llena, para todos suficiente material y mesas en que trabajar, casi todos llegamos en parejas.
Habían dos profesoras y el encargado de la computadora. Ellas eran una salvadoreña y la otra guatemalteca, el muchacho era mejicano, todos expertos en su ramo.
Bajo su dirección todos hicimos más o menos bien. Cada uno con sus ideas y el final era de una gran diversidad artística. La universidad, UCLA, tiene gran reputación. Todos tuvimos bastante éxito y salimos felices con nuestras obras a tomarnos fotos al patio, eran como de metro y medio de tamaño.
La muchacha salvadoreña aclaró que en su tierra se le llamaban piscuchas, la de Guatemala que allá son barriletes, el de México que por allá son cometas.
Uno de los concurrentes era un guatemalteco que anunció que el domingo siguiente habría demostración y venta de los especiales que se fabrican en “Guate” que miden hasta dos metros y más.