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Estaba obsesionado con bajar de peso, siempre tuve la tendencia a ser gordo, de esos gordos buena gente, graciosos, amigo de todos, pero siempre el gordo, el divertido, al que siempre tratan como un gran amigo, pero nada más, el gordo del grupo, estaba cansado de eso, así que siempre trataba de bajar de peso, evitaba comer dulces, no cenaba de noche, con el tiempo traté de hacer ejercicio, pero mis hermanos se burlaban de mis derrotas, los ejercicios y yo siempre nos llevabamos mal, más aun cuando trataba de hacerlo a ocultas, para que nadie se burle de mí, cuando caiga nuevamente a las deliciosas hamburguesas.
Todas las tardes después del colegio almorzaba en familia, evitando siempre comer menos que ayer, luego iba al baño, ponía música y me encerraba durante una hora, mis hermanos se burlaban porque pensaban que hacía “cosas” que los adolescentes hacían, cosas como descubrirse a sí mismo, como dijo el idiota de mi hermano mayor; era muy duro ser el menor de la familia. Pero ellos no sabían que yo hacía ejercicios para bajar mi pansa flácida.
Uno de esos días, ya después de un mes de ejercicios, cuando ya no me mareaba haciendo ejercicio y no vomitaba después de terminar la rutina, comencé a ver que mi cuerpo era más ligero, así que me desafié a hacer lo que más me costaba: planchas con los brazos, me sentía listo, capaz de hacer por lo menos unos diez sin rendirme, pero había un problema, el baño no era muy grande, por lo que tuve que apoyar mis pies a lavamanos, mis manos al piso y comenzar a realizar lo que más me costaba; al realizar unas dos sufridas planchas, el lavamanos hizo un sonido nuevo, como si fuera un papel arrugándose, rápidamente pensé lo que realmente estaba pasando, el lavamanos se estaba quebrando, puse mis manos en posición para realizar la tercera plancha y luego bajar una pierna y así liberar de peso al lavamanos, pero no pude levantarme, mis brazos no me respondían, no podía levantarme, esas dos planchas que había realizado acabaron con toda la fuerza que tenía, intenté de otra manera bajar los pies, dándome la vuelta, pero no funcionó, estaba atrapado en entre mi flácido cuerpo y el frágil lavamanos.
Me resigné, esperé a que pasé lo que debiera pasar, ¿pedir ayuda a mis hermanos que estaban en la sala? ¿Y soportar la burla de esos cavernícolas?, nunca.
Ya había pasado unos diez minutos desde que el lavamanos empezó a quebrarse, mis piernas estaban adormecidas, y aun mis brazos no podían levantar mi peso, era un gordo muy triste, aún estaba atrapado en este cuerpo, pensé y me lamentaba por ser un obeso inútil, me dije a modo de consuelo: - por lo menos nadie sabrá que fracasaste en tu intento por sentirte mejor-.
De pronto, después que haberme dormido, se cayó el lavamos, hizo un fuerte sonido, porque no solo se había quebrado el lavamanos, sino también se había separado parte de la loza del baño. Se dejó de escuchar el PlayStation de la sala, mi madre salió de su cuarto y abrió la puerta del baño y me vio ahí, botado boca abajo, con restos del ya destruido lavamanos sobre las piernas, me vio llorando y triste, ella entendiendo lo que estaba pasando cerró la puerta y me preguntó lo que estaba haciendo, le conté todo, me desahogué y me abrazó mientras le contaba mi triste historia.
Salimos del baño, y de pronto mis hermanos empezaron a burlarse, diciendo que yo era un “salvaje cochinote”, mi madre con una mirada los calló; para mí mala suerte mi padre había regresado del trabajo, un hombre serio, parco, poco paciente con los desastres en el hogar.

Casualmente llegó con el mejor humor del mundo, la beso en la mejilla a mi madre y dijo que le había ido muy bien el trabajo, entró al baño para refrescarse del caluroso día, y de pronto, con vos seria, bueno más que seria era eufórica, pues vio el hueco en la pared del baño y el lavamanos completamente destrozado, -¡Julia!- gritó, - ¿qué pasó en el maldito baño?- preguntó.
Todos miramos a mi madre, sabiendo que se avecinaba gritos, cinturonazos y posiblemente hasta castigos como trabajos forzados o despedirnos del PlayStation; todos estábamos esperando la respuesta de mi madre, esperando que no me entregue a mi padre en bandeja de plata, la miré con suplica y ruego, y viendo todo eso ella comenzó su explicación:
Camilo, fue un accidente, estaba dándole comida a Pelusa y Bolita, -mis gatas- y se pelearon.
Nos miramos entre hermanos, impactados, consternados, sorprendidos por semejante respuesta, no podíamos decir nada, no podíamos reírnos o decir que no había pasado eso, era la palabra de nuestra madre. Solo quedaba esperar, la batalla de titanes había comenzado.
Mi padre, sorprendido igualmente por la respuesta, respondió:
-Julia, ¿me estas tratando de decir que fueron las gatas que rompieron el lavamanos?
-Sí, Camilo, ellas fueron.
El silencio nuevamente se apoderó de la sala, la cara de sorpresa de mi padre se transformó en furia.
-Julia, ¿me estás viendo la cara de estúpido? No me gusta que me traten de idiota Julia, espero que ustedes, -señalándonos a nosotros-, no estén involucrados, porque les irá como en feria.
-Camilo, fueron las gatas, ¿qué quieres que te diga? Pelearon y se cayó el lavamanos, tal vez fue porque la otra vez lo arreglaste tú y por eso quedó así de frágil, ya que todo lo que tu arreglas lo dejas peor.
Ninguna pestaña o mueca apareció en su muy desafiante respuesta de mi madre, solo esa fría mirada, esa que nosotros no conocíamos, sin miedo, como diciendo que lo que ella decía era mentira ¿y qué?
Los ojos de mi padre se volvieron azules de bronca, ya que después de los 15 años de casados, sabía lo que significaba esa mirada, él iba a perder. Pero no perdería tan fácilmente, dijo de todo un poco, indicando que ella se burlaba de él, que un día se iría de la casa, que no lo respetamos, que nosotros sus hijos éramos unos inútiles; todo eso dijo esperando una reacción de mi madre.
Calló, hubo nuevamente el silencio, nosotros no habíamos abierto la boca, es más no nos habíamos movido, hasta que mi madre, con esa mirada imperturbable, firme y desafiante dijo:
-Camilo, fueron las gatas, es lo único que voy a decir, si no me quieres creer es tu problema, si quieres pregúntales a los muchachos.
La mirada impaciente, casi loca de mi padre llegó a nosotros, su tic en el ojo me ponía nervioso, su mirada nos decía que debiéramos hablar, nos preguntó: - si saben lo que les conviene espero que me digan la verdad, - ¿es cierto lo que dice su madre?
Nos miramos entre hermanos, sabíamos que, si decíamos la verdad y traicionábamos a nuestra madre, no viviríamos para contarlo, pero por el otro extremo ver la furia de mi padre nos daba también pánico. Nos miramos entre nosotros, y ya sabíamos la respuesta, el mayor de nosotros dijo: - Papi, lo que dijo mi Madre es verdad, fueron las gatas. Volvió a agachar la cabeza y esperamos.
Nuestro padre nos miró, la miró a mi madre, ella con su mirada impasible, viendo que había perdido la batalla, salió de la casa furioso, sin antes decir, que ese PlayStation no se tocaba hasta que las gatas reparen lo destrozado.
Mis hermanos me miraron con una furia, sabiendo que moriría de todas maneras, pero mi madre solo con una mirada los despachó al cuarto.
Me miró y me dijo, - no importa lo que pasó, yo me entenderé con tu padre y tus hermanos, pero si dejas de hacer ejercicios, yo me encargaré que las gatas cometan otro accidente, ¿entendiste? ¡Ahora ve y recoge esa mugre!

Texto agregado el 10-05-2020, y leído por 78 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
10-05-2020 Mentir por una buena causa, no es mentir. Buen relato, de lavamanos y gatos. ELISATAB
10-05-2020 Terror en familia, terror compartido. Mis 5* will_quisbert
 
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