Y otra vez desperté con un nudo en la garganta.
Temblando.
Todo mi cuerpo temblaba y yo era incapaz de controlar siquiera alguna de mis formas. Mis cuerdas vocales estaban atascadas.

Él jamás lo sabría y presumo que tampoco le importaba.
A veces parecía así;
impávido.
¿Fingía?
No lo sé.
No me lo había preguntado hasta esa noche en que mientras temblaba de pronto algo adentro mío se rompió.

Mi mente no logró contener la desesperación que cabalgaba endemoniada en mi pecho.
Y en medio de toda esa locura, los retorcijones de mi cuerpo sobre el suelo, la voz incrustada y la mirada perdida bajo la oscuridad de mi cama, con el brazo izquierdo extendido y soportando mi cabeza.
La duda floreció...

No lo vi venir.
Recién ahí en el piso frío es que me di cuenta...
Que la muerte con su paso lento y aplastante, con el otoño, nos llegó.