La maceta se queda quieta en su barda, mirando a la señora (su dueña) que poda el árbol. La maceta, con su cerebro de rosal, desea cuchillos; los lanza con la mirada y atraviesan el infinito: uno corta el dedo meñique de la señora.
La señora mira la maceta:
- ¿Otra vez jugaremos al tigre?
Y la señora se pone a rugir, se pone en cuatro y ruge más alto. En eso sale la perra de la casa; se llama Saturno pues siempre devora a sus cachorros. La señora se queda tiesa, mira a Saturno.
Saturno le ladra: ya no es su dueña, es un tigre. Se rodean, gruñendo; ella ya lanza espuma por la boca.
En eso, ella corre y le muerde una pata. Saturno ruge y le muerde la nariz. La señora lanza un chillido y corre a morderle el estómago.
La pelea a muerte ha iniciado.
La sangre vuela, los rugidos cortan el aire del mediodía. Vuelan las tripas y la pelea se detiene en seco. El tigre ha ganado; Saturno, con el estómago abierto a mordiscos, muere lentamente con las vísceras en el piso como una hermosa flor sangrante.
La señora vuelve a ser humano y mira a la perra. Lanza una carcajada.
- Ahí muere Saturno por sexta vez este mes… Al rato se va a parir de nuevo a ella misma.
Y la señora se trepa a la copa del árbol para tomar su siesta.