Estaban volviendo las golondrinas. Todas menos las que aprendieron nuestros nombres-reflexionó para sí el hombre. Los alérgicos nos frotábamos los ojos, y, en teoría, la sangre andaba alterada, ante la visión de rozagancias. Las flores preñarían los campos. El campo estará verde-que adivinara también, hacía unos años, Joaquín Martínez Sabina. Y todo sin contar con una moral que andaba por los suelos. Al amor en primavera nos lo habían secuestrado. Todo era virtual. Había que imaginarse enamorado, en lugar de estarlo o serlo. Primeros tiempos definitivos de esfuerzo mental para apreciar las sensaciones más elementales de la vida. Sentirse enamorado.
Sólo nos faltaba un sexto dedo para certificarlo-lo del título del escrito, como cambio orgánico. Todo se andará-pensó también el hombre. Mientras, nuestro amigo, lanzaba botellas al mar cibernético en forma de canciones románticas que sacaba del youtube, como buen millennial, con la esperanza de que serían recibidas, de que llegarían a buen puerto. No sabía el porqué, pero pensaba que todo aquello tenía visos de ser definitivo. De que no volvería a estar nunca más enamorado. Que lo más parecido al amor que experimentaría serían aquellas canciones lanzadas al mar, románticas.