Otro texto antiguo, medio actualizado con la anexión de algunos cuentos más.
Así como a muchos les gusta escribir poemas, novelas o ensayos, a mí me gusta escribir cuentos. No recuerdo en forma especial a nadie que me hiciera tener predilección por ellos. No sé si de niño mamá o papá me contaban cuentos antes de dormir. Un día cualquiera antes de cumplir los nueve años, mi maestra de tercer grado de primaria, me regaló “Las aventuras de Tom Sawyer”, de Mark Twain. Después de leerlo todo se transformó; quise conocer más y le pedí a mi padre que me comprara otros libros; afortunadamente aceptó y en ediciones ilustradas de Editorial Novaro, me compró Robin Hood y Las Aventuras de Sherlock Holmes. ¡Cómo gocé con ellos! Aún hoy parece que me veo recostado sobre la cama, tirado de panza, hojeando las páginas de aquellos libros maravillosos. Me enamoré de la sapiencia de Holmes y de la valentía y buen corazón de Robin de Locksley. Poco después “El libro de las Tierras Vírgenes”, de Kipling, me hizo amigo de Akela, Baloó, Bagheera y Mowgli.
¿En qué momento empecé a escribir mi primer cuento?... Tal vez con alguna tarea escolar de mi maestra de primero de secundaria, cuando aprender a redactar era cuesta arriba y tedioso; porque había que construir oraciones gramaticalmente correctas donde la forma de hablar, no era la misma forma de escribir. Los sujetos, la conjugación de los verbos, los artículos definidos e indefinidos, las preposiciones; las palabras agudas, graves, esdrújulas y sobresdrújulas, la sílaba tónica o átona, los acentos diacríticos y una sarta de conceptos que más o menos me fueron entrando a medias, no parecían ayudar a querer escribir. Para hacerlo, ignoré muchos de estos conceptos y escribí simplemente, bien o mal, correctamente o no, lo que me interesaba contar. Y claro, salieron muchas historias perfectamente horribles, mal escritas y sin la fuerza suficiente para soportar su lectura. Lo importante (para mí, para este pequeño mundo que soy yo), es que no dejé de escribir, por muy mal que lo hiciera. A cuenta gotas, se fueron juntando algunas historias (porque soy muy flojo a la hora de ponerme ante el papel en blanco). Algunas de ellas han quedado plasmadas por ahí, y muchas otras duermen el sueño de los justos, en borradores manuscritos, guardados en algún olvidado cajón. Quizá alguno de ellos vea la luz si tiene suerte.
Me gusta escribir cuentos; pero también me encanta leerlos. A mis hijas, siempre les he contado cuentos; ahora sólo de vez en cuando a la más pequeña. Por las noches, antes de dormir y con la luz apagada, comenzaba alguna historia leída con anterioridad, que en mi boca, se convertía en mundos mágicos para mis niñas. El Mago de Oz y Alicia en el país de las maravillas, fueron de las más afortunadas; infinidad de veces tuve que contarlas si es que las alcanzaba a terminar y no me dormía antes que los diablillos que las escuchaban. También les contaba alguna de mis historias, como aquella donde un hombrecillo montado en un avión de papel viajaba al mundo de las letras y los números, para ayudar a una pequeña y llorosa “w” minúscula.
Muchos años después, cuando ya la biblioteca de casa contaba con muchos libros de cuentos de diferentes autores y nacionalidades, me encontré en las mesas de ofertas de una librería, la revista El Cuento, donde Edmundo Valadéz, Juan Rulfo y otros, hacían una selección de cuentos de los más diversos géneros, tópicos y tamaños, que era una delicia leer. No sé si la revista aún se edite; pero compré muchas de ellas de las cuales todavía hay varias en casa.
De los libros, “Cuentos de amor, de locura y de muerte”, de Horacio Quiroga, fue una revelación para mí. También los cuentos de El llano en llamas, de Juan Rulfo. Los cuentos completos de Edgar Allan Poe, traducidos por Julio Cortázar, son diamantes pulidos en español. ¿Y los cuentos de Herman Hesse? ¿O los del mismo Cortázar? ¿Conocen los de H. P. Lovecraft? Y no he hablado de los clásicos de Jacobo y Guillermo Grimm, Hans Christian Andersen o Charles Perrault.
Horacio Quiroga, Julio Cortázar, Roberto Bolaño e infinidad de escritores más, nos brindan sus opiniones y experiencias en el arte de escribir un cuento; nos dan sugerencias y ejemplos prácticos de lo que debemos o no hacer. Luego de leerlos, aparte de haber aprendido un poquito más, te das cuenta de todo lo que no sabes.
Esta pequeña exposición de algunos libros de cuentos y cuentistas que me gustan, no pretende ser la Biblia de los cuentos; cada quién tiene sus cuentos y cuentistas preferidos y puede diferir completamente de los que a mí me gustan. Eso es lo emocionante, porque siempre habrá quién nos recomiende un cuento, un escritor o un libro completo. Yo, dejo hoy una pequeña lista de veinte cuentos que me parecen preciosos; aunque mi lista no se limita sólo a éstos. El orden en que aparecen, no significa que me guste más uno que otro.
El pozo y el péndulo – Edgar Allan Poe
La llovizna – Juan de la Cabada
El hombre que se perdió a sí mismo – Giovanni Papini
Silvia – Julio Cortázar
De nieve a lodo – Joseph H. Cole
Diles que no me maten – Juan Rulfo
El avión de la bella durmiente – Gabriel García Márquez
El flautista de Hamelin – Jacobo y Guillermo Grimm
El dragón – Ray Bradbury
El color que cayó del cielo – H. P. Lovecraft
La muerte tiene permiso – Edmundo Valadés
Al perro le llega su día -- Juan Carlos Onetti
La meningitis y su sombra – Horacio Quiroga
Tachas – Efrén Hernández
Después – Edith Wharton
Las dos chelitas – Julio Garmendia
Rikki Tikki Tavi – Rudyard Kipling
Parábola del trueque – Juan José Arreola
La chica del cumpleaños – Haruki Murakami
Feliz año nuevo – Rubem Fonseca
A esta lista habría que añadir cuando menos cien más.
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