Cae por tu espalda
la dulce gota
de chocolate amargo
que se mezcla
con el salado del sudor
que te cubre
-como el rocío a las flores-
durante este placer eterno
que es enredar mis manos
en tu cuerpo
buscando el punto álgido
del éxtasis
en toda la extensión
de nuestra piel;
este placer que es
mezclar tus fluidos a los míos
subir la temperatura
al nivel de ebullición
sin más limites
que los de nuestros cuerpos
y que no quede por probar
uno solo de todos
los graves pecados
que inventemos;
este placer que es
devorarte con un hambre
que no cesa
y se retroalimenta de ti
destilando el ansiado néctar
-elixir de la vida-
que nos convierte
mañana tras mañana
en infinitas.