El primero que lo notó fue Elpídeo Martínez. Que le vinieran con aquellas-dijo Elpídeo-cuando le hicieron el símil del carburante. Así, el amor, como un coche, se paraba al quedarse sin combustible. Algo aséptico, inevitable, natural. Fue idea de su hermana. De la hermana de Társila.
- Pero, qué me habláis de coches. Decirme que le gusta otro más y se acabó-proseguía Martínez.
Y es que era verdad. Alvaro Pérez era más guapo que Elpídeo. Le formaba carburante a Társila Fernández. Pero Társila no quería aparecer como una casquivana al socaire de los vientos que soplaban y había que enmascarar aquello de alguna manera. Y se le ocurrió lo del coche, aprovechando que Elpídeo era aficionado al mundo del motor. Así, seguro, lo comprenderá. Nada más sencillo. El amor se acaba como se acaba el combustible y el coche-metáfora de la pareja en funcionamiento-se para.
- Pues se vende y vamos andando-dijo el muchacho, sabedor de que no tenía nada que hacer, y por puro protestar.
Pero Társila Fernández no era andariega, ni tampoco en exceso sentimental. Seguramente con Alvaro pasaría igual. Hasta entonces uno-se confortaban los abandonados-se dejaba ver con una rubia de bastante presencia y caché. Pero fue al revés. En esta ocasión fue al revés.
Tampoco le gustaba la soledad a la chica, por lo que le vino nuevamente a Elpídeo.
- Si hay que andar se anda-le dijo por fin al muchacho.
Pero, para entonces, Elpídeo iba en motocicleta. Algo menos comprometido que un coche, a lo que, si se le agotaba el combustible, podía uno empujar.
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