Voy por tu café. Te gusta que lo prepare en la proporción exacta: una cucharadita rasa de ese bebestible que viene en frasco, dos cucharaditas de azúcar rubio y el agua vaporosa que cubra como un océano esa mezcla que posee la llave que te reanima. Llego a ti, deposito la taza sobre tu velador y me retiro. Me arrojas un beso con tu mano delicada a modo de propina y bebes el brebaje despaciosamente. Entonces sé que otra vez atiné y jalo como puedo ese ósculo invisible que viene hacia mí como la intención metafísica de decirme que me estimas sin que nuestras pieles experimenten la delicia del roce. Mi cálculo es exacto, restriego esa inmaterialidad que es tu beso en mi rostro para que el rito se consolide.
Desde hace varios años esto se repite sin variaciones, salvo el escenario que se filtra por las traslúcidas cortinas de tu ventana y que muta según las estaciones. La preparación, el viaje, tu agrado y el beso que apaño ya de malas ganas.
Otro día. Abro el aparador y cojo con delicadeza extrema tu taza. Es de loza, con unas florecillas pretenciosas dibujadas en su cuerpo. La contemplo con curiosidad mientras mi pensamiento surge tan volátil como tendencioso. Deslizo mis dedos por su dorado canto, tu amante, pienso, ese que has besado tantas veces entrecerrando tus ojos mientras el sabroso líquido se escurre lento y aterciopelado hacia tus labios. Otro amante, de estirpe enigmática, que lo imagino acariciándote por dentro para enterarse de tus más ocultos secretos. La racionalidad es el primer bastión que destruye con saña el despecho. Con gesto que delata una tensión contenida, levanto la taza, y poso mis labios en ese borde que ha intimado con los tuyos y mi piel y la banda dorada del canto se funden en el remedo miserable de un beso. -¡Te amo! ¡Te amo!- susurro con voz entrecortada imaginando la geometría perfecta de tus labios, tus bellos ojos adormecidos, esa sonrisa tuya que promete tantas y tantas cosas. Y en ese beso, o en ese roce, me transporto hacia regiones idílicas, flora salvaje, playas propicias para tu desnudez virginal de Venus bañada por aromas y colores infinitos que se funden por misterioso influjo para inaugurarme un nuevo sentido.
Pero este hoy me despierta a golpe de piedra como la realidad áspera que se bosqueja tras los cristales. Y preparo una vez más el café de acuerdo a tus dictados, para conformarme por milésima vez con ese beso inmaterial que no tiene sabor a nada.
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