Se levantó y abrió la ventana. Hacía solo media hora, Hernán se había enterado de la muerte del Sr. Graziani en un hospital de la localidad. Cuando llevaba solamente dos meses trabajando en esa patibularia oficina de la calle Paraná, amaneció un día con un fuerte estado gripal y el Sr. Graziani, su jefe, le había denegado permiso para ausentarse por enfermedad. “Nadie se muere por una gripe”, había respondido el jefe. En ese momento Hernán recordó que siempre le tocaba lavar las tazas de café, y que la taza del Sr. Graziani era distinta de todas las demás.

© Eytán Lasca-Szalit, abril de 2020